La genuina travesía del desierto, la del pueblo hebreo en busca de la tierra prometida, duró cuarenta años. No sabemos si la del recinto ferial en busca de un emplazamiento definitivo durará tanto, pero de momento ya han transcurrido ocho años desde que el entonces vicepresidente del Govern, Pere Sampol, diera a conocer el solar –en el polígono de Levante– en el que iba a construirse esta tan ambicionada infraestructura. A mitad de la primera legislatura del Pacte de Progrés se convocó y adjudicó un concurso arquitectónico, que parecía no tener marcha atrás, entre otras cosas porque había sido consensuado con el ayuntamiento de Palma, en manos del PP. Sin embargo, cuando Matas regresó al Consolat se deshizo del proyecto, empezando así el nuevo y, al parecer, forzoso peregrinaje para un recinto que nunca ha tenido casa propia.

¿Por qué el Matas no quiso continuar con el proyecto inicial? Quizás porque estaba situado muy cerca del lugar elegido en aquel momento para construir el palacio de Congresos, un emplazamiento que no satisfacía las aspiraciones megalómanas del ex president, quien, como sabemos, no cesó hasta reubicar el Palau en primera línea. El recinto ferial quedó deshauciado. El entonces conseller de Comercio fracasó en sus intentos de encontrarle un buena ubicación cerca de Palma. Se barajaron terrenos en Son Ferriol, cerca de Son Oliva y otros, hasta que se decidió alquilar la antigua terminal de Son Sant Joan para reconvertirla en recinto ferial. Se institucionalizaba así la segunda provisionalidad. La primera había sido el recinto de Ifebal, un barracón de triste recuerdo.

Con el segundo Pacte de Progrés, el Govern –con una consellera del PSM, como Sampol– reivindicó de nuevo la necesidad de un edificio propio para las ferias. El recinto, de hecho, se planteaba como una de las grandes infraestructuras de esta legislatura, en la que el centro izquierda parece condenado a seguir solo las iniciativas del anterior ejecutivo, como Son Espases o el Palacio de Congresos. Pero el recinto ferial tampoco ha cuajado. Seguirá los pasos del tren de Alcúdia, en este caso por un simple malentendido. El Govern había buscado un emplazamiento a través de un concurso, del que salieron dos posibles opciones: Son Bordoy y unos terrenos tras el Estadio Balear. Se creyó que reunían todas las condiciones, pero no. Según el ayuntamiento de Palma, los solares elegidos están calificados como comerciales y, al parecer, un recinto ferial no lo es.

Según el plan general de Palma, un recinto ferial está calificado como de "uso comunitario sociocultural", de modo que Son Bordoy –próximo a la autopista del aeropuerto y cerca del posible trazado del tranvía– y la zona del Estadi Balear han pasado de la realidad a ser espejismos. La conselleria de Comercio ya busca nuevos terrenos para una obra en la que iban a invertirse unos treinta millones de euros. Lo cierto es que por una u otra razón –antes fue por puro politiqueo y ahora por un error difícil de entender y justificar– la tierra ferial prometida sigue en pleno desierto y con la incógnita de saber qué ocurrirá si al finalizar la legislatura se produce un nuevo cambio de color político.