Las elecciones norteamericanas de 2008 enfrentaron a dos candidatos igualados en las encuestas, Barack Obama contra Michelle Obama. Venció el primero porque adoptó una pose pragmática y conciliadora, por comparación con el radicalismo belicoso de su esposa, que describió una sociedad racista y de escasa dignidad. Las tornas se han vuelto un año después. Las encuestas han restituido su talla humana al presidente divinizado antes de acceder al cargo, en tanto que la primera dama consolida unos grados de aceptación que contribuyen apreciablemente a sostener la presidencia. En una encuesta a los varones norteamericanos, sobre la figura masculina a la que desearían suplantar durante una semana, el vencedor era George Clooney. Al plantear el mismo interrogante a las mujeres, la ganadora era Michelle Obama.

Los hombres son de Clooney y las mujeres son de Obama, ella. La diferencia inicial entre la actual primera dama y Hillary Clinton –pues nadie va a compararla con Laura Bush– radica en que la primera ha despreciado abiertamente las banalidades de la política. La vigente secretaria de Estado no se permitió ese diletantismo en su anterior reencarnación. Asumió la catastrófica reforma sanitaria, se involucró en las sucesivas polémicas, lidió simultáneamente con Monica Lewinsky y con su marido. Sin implicarse con igual énfasis, Michelle Obama ha sido elegida para suplir la distancia que impone el aire docto de su esposo. Los Obama se venden hoy en el formato dos por uno. En una reciente entrevista a ambas voces en el Despacho Oval para el New York Times, el emperador del planeta sentenció que "a mi gabinete le preocupan más las opiniones de mi esposa que las mías".

La segunda diferencia entre las primeras damas Demócratas estriba en que Hillary Clinton ordenó a su marido que optara a la Casa Blanca, en tanto que Michelle Obama hizo lo posible por disuadirle del empeño. Ambos matrimonios pueden presumir de un historial académico sin parangón en los palacios presidenciales del planeta. Desde hace un año, Clinton es ella, y nadie se atrevería a descartar una carrera política para la actual primera dama de aquí a una década, con sus hijas ya emancipadas y en posesión de los teléfonos móviles que su madre acaba de negarles. Durante las primarias, los Obama jugaron la baza solapada de que su matrimonio aventajaba en estabilidad a la unión estrictamente profesional de los Clinton. De ahí la retransmisión en directo de sus afectos que arriesga a convertirlos en una pareja empalagosa, en especial si se recrudecen las crisis mundiales.

Mientras el futuro se concierta, Obama retiene su poder icónico como el primer Kennedy negro, pero necesita urgentemente un triunfo internacional –aunque sea en Honduras–. De lo contrario, millones de seres humanos deberán plantearse si fue más irresponsable el presidente norteamericano al prometer milagros o el mundo al creer sus vaticinios. El profeta de una revolución pacífica reconoce en sus últimas conferencias que "el cambio es duro". Cabe reseñar que ha desatado una hostilidad muy acentuada. Multiplica por cuatro las amenazas de muerte que recibía Bush, y un presentador de la Fox se dirige a los telespectadores empuñando un bate de béisbol.

Los Obama no son madrugadores –su convivencia es un Gran Hermano del que se divulgan los detalles más comprometedores–. La historia demuestra que la Casa Blanca refuerza los lazos conyugales de sus inquilinos, dado que el núcleo familiar se concentra en un espacio al borde de la claustrofobia. Por tanto, el relevante papel de Michelle Obama se intensificará conforme avance el cuatrienio. Es la única persona que no se halla subordinada al emperador del planeta, por su vínculo y por su carácter. Con un Vietnam a medias en Afganistán, cobra valor la respuesta que el presidente de Estados Unidos dio a su esposa delante de testigos, cuando le preguntó por la diferencia entre su mandato y la victoria de cualquier otro aspirante. "El mundo mirará a América de manera diferente", fue la respuesta. La pareja afronta el reto de mantener esos índices de audiencia, y ella parece especialmente volcada para lograrlo. Aunque sea posando en la portada de Glamour, tal que una ministra de Zapatero.