Mariano Rajoy tiene tres tipos de problemas: los más graves, derivados de quienes pretenden sucederle. Los intermedios, procedentes de los golfos que, con cargo secundario en el PP o sin cargo alguno pero con relaciones "comerciales" con el partido, han instaurado una sensación de corrupción generalizada en la principal formación de la oposición. Los menos serios, pero también molestos, la enemiga de algunos medios informativos (varios vinculados a postulados conservadores, o contrarios al Gobierno socialista) y/o de las encuestas, que no siempre son inocentes.

Quiérase o no, existe, desde que se celebró el congreso nacional de Valencia, tras las elecciones de marzo de 2008, un clima de hostigamiento al líder del PP. Cierto que salió triunfante de sus rivales, reales o potenciales, en aquel congreso. Pero, desde entonces, todo ha sido una carrera de saltos de obstáculos: tenía que ganar en Galicia, y ganó. En las elecciones europeas, y ganaron los "populares". Tenía que quedar bien en el País Vasco, y, aunque los resultados fueron malos, así fue (gracias al inestimable concurso, es la verdad, de Antonio Basagoiti y su gente, que facilitaron el pacto con los socialistas). Se le pedía deshacerse del presuntamente corrupto tesorero Luis Bárcenas, y se deshizo. Luego, el affaire Ricardo Costa, en el que todos perdieron algunas plumas, quedó más o menos zanjado, aunque las relaciones con el presidente de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, nunca serán las mismas. Igualmente la cruenta batalla por la presidencia de Caja Madrid parece ya en vías definitivas de solución

El listón que, hasta ahora, no ha podido saltar Rajoy es el de Madrid. O, mejor dicho, los dos listones consecutivos, a cual más elevado, de Madrid. Esperanza Aguirre, que, a trancas y barrancas, ha conseguido salir bien librada de las salpicaduras del pringoso "caso Gürtel", a base de fulminantes destituciones, está en una actitud que podríamos calificar como de "cauto desafío"; está dolida por muchas cosas y hace frente, sin esconderse, a Rajoy.

No es el caso del alcalde de la capital, Alberto Ruiz Gallardón, que se presenta como "aliado" de Rajoy, al menos en los asuntos más espinosos, como la sucesión en la presidencia de Caja Madrid. Pero, en realidad, pocos consideran que Gallardón sea un socio fiable: sus deseos de llegar a la cima que hoy ocupa Don Mariano son demasiado evidentes, como es evidente que en la carrera le apoyan Manuel Fraga y José María Aznar, presidentes fundador y honorario del PP y poco conformes con la presidencia ejecutiva tal y como la lleva Mariano Rajoy.

Lo curioso es que hay círculos cercanos al Gobierno socialista en los que también da la impresión de que Gallardón encuentra mejor acomodo como líder de la oposición que Rajoy. Hay medios gubernamentales que incluso presentan encuestas de fabricación casera en las que se trata de demostrar que el alcalde madrileño sería un mejor rival de Zapatero que ningún otro líder del PP, desde luego Rajoy incluido. Y el propio Zapatero no esconde su predilección por un Gallardón de talante travieso y decidido, pero que se ha dejado muchas plumas últimamente con su actuación al frente del municipio madrileño. Para no hablar de las antipatías que genera en no pocos sectores del PP, no solamente entre los fieles a la "lideresa" Aguirre, de la que es feroz enemigo y que es su decidida enemiga.

No hay mucho más que analizar. No basta con una sola reunión del Comité Ejecutivo, por muchos puñetazos que en él se den sobre la mesa, para pacificar el inestable clima interno en el principal partido de la oposición, una formación con más de diez millones de votantes y más de setecientos mil militantes. Y, por cierto, la única esperanza para quienes deseen acabar con el período del PSOE "zapateriano" en el poder. A Rajoy le queda un calvario hasta las elecciones generales de 2012: le harán seguir saltando vallas, le seguirán poniendo zancadillas, le seguirá saliendo en el camino un pasado, el de AP y el primer PP, del que él no es, desde luego, el principal culpable. Y tendrá que plantearse, más pronto que tarde, la ineludible necesidad de exigir a Zapatero un pacto de gobierno de mucho alcance, aunque sea limitado en el tiempo hasta las próximas confrontaciones electorales.