Michelle Bachelet, presidenta de Chile, es uno de los pocos mandatarios de Latinoamérica de los tiempos recientes que, viendo próximo el fin de su mandato, no siente deseos de cambiar las reglas constitucionales para poder optar a la reelección. O, si los siente, los reprime y santas pascuas. Su actitud contrasta no poco con la de sus colegas de Colombia, Honduras, Nicaragua y Venezuela. En entrevista concedida al diario madrileño El País, Bachelet lanza una teoría que explica las diferencias: Uribe, Zelaya, Ortega y Chávez son todos ellos hombres. Bachelet, por supuesto, es mujer y cree que son los miembros del sexo opuesto quienes sienten una atracción fatal por el poder.

A lo mejor hay disponibles otras claves capaces de aclarar el misterio de la falta de apetito de Michele por la perpetuación en el cargo. El tatarabuelo de la señora Bachelet era francés y su abuelo Germán se casó con una francosuiza. Tal vez sean los genes gabachos los que conceden inmunidad ante las tentaciones de un sillón para siempre. O la cultura venida de la mano de la Enciclopedia, quien sabe. Pero si damos por bueno que el sexo masculino lleva implícita la atracción fatal se abre un camino espléndido para la regeneración de la política: el asegurarse que quien manda cuenta con el otro.

En la entrevista concedida al diario español la señora Bachelet introduce algunas de sus líneas principales de pensamiento y todas ellas, la verdad, suenan muy bien. Vincula como fundamentos necesarios para ejercer el poder la ética y la estética. Sostiene que si una presidencia vitalicia fuese deseable, ella la habría promovido para que entrase en vigor, sí, pero en la legislatura siguiente, cuando el cargo estuviera en manos de otro. Pone como condición necesaria para administrar los fondos públicos el que no puedan beneficiar jamás a quien los maneja. Se muestra inmune a los boatos y los fuegos de artificio. Y, enlazando ya con lo que aquí se discute, entiende que vive su relación con la política de una manera distinta porque es mujer.

Envidia da el no poder contar con una presidenta así repleta de las virtudes que la señora Bachelet desprende como señales de su identidad personal. Aunque sería lamentable tener que perderse una estadista de ese calibre sólo porque terminase la legislatura. Claro que, siguiendo sus indicaciones, parece sólo cosa de buscar otra mujer, sin más; alguien que no tendría por qué tener la carrera de médico, ni ser tataranieta de un francés ilustrado, ni por supuesto, estar vinculada a aquel símbolo que fue Salvador Allende. Mujer, eso es todo, y ya tenemos el problema resuelto de golpe, sin detenerse en matices innecesarios. Siempre que demos con la fórmula magistral para que, buscando una ciudadana, alguien con dos cromosomas X, no nos aparezcan Margaret Thatcher, Cristina Fernández de Kirtchner o, los dioses no lo quieran, Esperanza Aguirre. Quien, por cierto, llama a la puerta ya.