El socialismo europeo, con buen sentido, ha descartado proponer a Tony Blair como presidente del Consejo Europeo, el nuevo cargo que dará visibilidad a la Unión Europea tras la entrada en vigor del Tratado de Lisboa. Varios representantes del centro-izquierda, incluso Rodríguez Zapatero, han manifestado ya que desean que la presidencia recaiga sobre "un verdadero europeísta" y que aspiran a que el ministerio europeo de Exteriores sí recaiga en un socialista, epígono de Javier Solana. Ramón Jáuregui ha manifestado que "Blair no representa a la familia socialista". Pero, además, es muy dudoso que el ex primer ministro británico represente siquiera la idea de Europa. Durante su largo mandato, no dio paso alguno en pro de la adopción del euro y mantuvo las tradicionales reticencias con respecto a la integración que ya mostró en su día Margaret Thatcher. Y, al alinearse incondicionalmente con Bush en la guerra ilegal de Irak, contribuyó decisivamente a engendrar una importante fractura en el seno de Europa que ha constado mucho restañar. Bien está, en fin, que se descarte esta candidatura, que, de haber prosperado, nos hubiese sumido a todos en una disolvente contradicción.