Para quienes le recuerdan como un personaje elegante, de mucha labia, diligente en su trabajo y religioso, la lectura de la sentencia que le condena a trece años y medio de prisión por abusos sexuales a menores, es tanto como descubrir que tras una apariencia de político intachable puede esconderse la peor de las personas. El suyo es el retrato de un fenomenal engaño, al que se suma una adicción a la cocaína que, a la postre, le ha servido para reducir a casi mitad la pena que le pedían los fiscales. Engañaba a los muchachos de los que abusó, a sus padres, a su familia, a su entorno político y a la ciudadanía, malversando fondos públicos y cometiendo –según declara probada la sentencia que hoy se ha hecho pública– el más degradante de los delitos contra la libertad sexual, el que afecta a menores de edad, abusando de ellos y corrompiéndoles.

El relato de los hechos es escalofriante. En la sentencia se lee como De Santos abusó de tres adolescentes a los que había acogido en su casa por ser amigos de sus hijos y formar parte del mismo grupo religioso, la Comunidad Neocatecumenal, en la que estaba su mujer. Y como invita a uno de ellos a drogas y le paga una prostituta para perder su virginidad mientras él contempla la escena. Un comportamiento repugnante que agrava el que ya conocíamos por su anterior juicio y condena. Recordémoslo: el ex concejal de Urbanismo de Palma –hombre de confianza de la alcaldesa Cirer y del presidente Matas– utilizaba su tarjeta de regidor en prostíbulos masculinos. Un comportamiento delictivo a años luz de la imagen de intachable que pretendió dar desde el Ayuntamiento.

Para el Tribunal está claro: "estamos en presencia de una de las dos caras de quién llevaba doble vida y fue capaz de ocultarlo a sus familia, a sus amigos"… a sus compañeros del PP y a los integrantes de su comunidad religiosa. Pero, ¿de verdad nadie se apercibía de tan colosales desajustes? Uno recuerda ahora como, en sus eternas ruedas de prensa, se esforzaba tanto en justificar sus decisiones que caía en frecuentes contradicciones. Un día justificaba la recalificación de terrenos para pagar una indemnización pendiente y al siguiente se oponía rotundamente a que se recalificase nada. Y otro aprobaba la ubicación del hospital de Son Espases en zona rústica. ¿Cuándo explicará –como amenazó– el cómo y el porqué de esta sonada recalificación? De su paso por la política quedan muchos flecos.

A Rodrigo de Santos le queda todavía un juicio pendiente por presunta malversación en relación a la instalación de un "castillo de bellver" infantil en el parque de la Riera. Es evidente que su comportamiento como concejal no fue modélico. No lo fue en el uso de la tarjeta y, probablemente, tampoco en muchas otras decisiones que se tomaron bajo su batuta. La batuta de un personaje nada ejemplar, al que se le ha quitado la careta, aunque un recurso de casación aplazará al menos un año su ingreso en la cárcel.