Procuro intentar el pensamiento y cada vez me distancio más de la ideología. Cada vez estimo más lo primero y menos lo segundo. Incluso empiezo a creer que ambos son, en sí mismos, antagónicos y excluyentes. Al menos como en España se entiende la ideología, así resultan y cada vez de manera más enconada.

Aunque, en realidad, por estos pagos el concepto ideológico, como cuerpo de doctrina, prácticamente no existe. Es más, está severamente contraindicado y resulta una tacha de imposible superación para el ejercicio de la política. Aquí se "es" de izquierdas o de derechas por todo menos por pensamiento y razón. En ese todo entra la pasión, la víscera, la tradición, el sentimiento de pertenencia y acaba todo en el desprecio, la imputación de todo el mal y, en suma, el odio al otro. Y la sigla es la trinchera, el bunker impenetrable en el cual se encierra y se parapeta ante cualquier duda y desde donde se dispara contra cualquier crítica. La sigla es también el salvoconducto. El que permite el tránsito, ofrece cobijo, encuadra y protege. Y aunque no se desee te es adjudicado a la fuerza. Porque, maniqueísmo puro, si no es de los unos aquí no se entiende que no se sea de los otros.

En España la ideología no tiene que ver con las ideas sino con la pertenencia al bando y el símil mas exacto de acción y reacción idénticas es el de los hinchas del fútbol. Los "míos" y los "otros". Los míos son los buenos, los otros, el enemigo. Todo claro, todo resuelto, no hay problemas ni complejidades. Y resulta , encima, que como en el fútbol el equipo y los dueños del equipo viven en otro mundo y con alejamiento supino a sus forofos a quienes eso si hay que motivar y excitar cuando así conviene.

La llama que no puede dejar de arder un instante es la de la pasión. Fundamentalmente la pasión contra el rival. Y para ello hay que rebuscar agravios. Da igual donde, en la historia, la intención o la invención. Cualquier cosa vale. Se trata de establecer la diferencia, la raya del odio. Porque , en realidad los españoles, como los aficionados de fútbol, se parecen mucho entre si. En lo esencial piensan de manera muy similar –son más las diferencias generacionales que las ideológicas– aunque se sientan en las antípodas y por ello hay que exacerbar la confrontación y las diferencias. Cuanto más cercanía en vida y obra más hay que resaltar la diferencia en el habito y la parafernalia.

Por tanto los amos de los clubs, los dueños del escenario y los mantenedores de la farsa han de encontrar desesperadamente la identidad a través del habito para convertir a todos en monjes. Y la mejor seña de identidad sentimental , no hay, duda, es la unidad en el odio al contrario. Mucho más que en el amor a lo propio.

Resulta esclarecedor, sin embargo, que el doble exacto del fanático propio estará en el hooligan del equipo contrario. Y cuanto más extremista, mas idéntico será en su comportamientos. Y será el hincha perfecto, cuando todo raciocinio y pensamiento haya quedado extinguido. Cuando tan sólo exista el total "amor a los colores", que es tanto como decir , la enemiga absoluta a los contrarios. Y, por supuesto, da igual como actúe los propios y los contrarios. Eso no importa en absoluto. Como en el fondo nada en esto ha tenido que ver el pensamiento, ya que decir de la idea y, a no ser en su acepción más envilecida, ni siquiera de la ideología.

Nada más falso que la vieja cuestión de "las dos Españas" en este siglo XXI. En absoluto es esa la realidad ni sociológica ni vital. Lo que hay son dos hinchadas. Y lo que se pretende cada día es sacar a pasear un agravio y en lo que jamás se descansa es en el fuego declarativo contra el enemigo por parte de los comisarios y los agitadores. Lo que quieren es ponernos a todos y cada uno a cavar en su trinchera. Y lo malo es que lo consiguen –es creciente el número y el enardecimiento de los cavadores de trincheras– y son muy pocos los que se atreven a decirle que caven ellos, o su madre o su abuelo.