Y finales de julio, cuando la canícula aprieta de verdad y este año con una impiedad cruel, Valldemossa se viste de fiesta para celebrar a Santa Catalina Thomás, la mujer sencilla que, nacida en la Tramuntana, fue capaz de alcanzar esa dimensión que solemos denominar "santidad" y que personalmente prefiero llamar "plenitud". Marchó joven a Santa Magdalena para perderse en el silencio de la contemplación, y al cabo, todavía en buena edad, pasó de este mundo al Padre, según reza con hermosura litúrgica nuestra fe. Valldemossa, ahora tan entregada al turismo como fuente de futuro, encuentra en este pequeña religiosa tancada, un referente cotidiano de fe, de esperanza pero sobre todo, de caridad activa, según escribe Benedicto XVI en su reciente encíclica de necesaria lectura Caridad en la Verdad.

Tengo la seguridad, aunque en ocasiones pueda no parecerlo, que nuestro pueblo percibe su compromiso con Catalina Thomás en el ámbito creyente, de tal manera que la santa colabore en una puesta al día de su experiencia religiosa para ser capaz de adecuar su devoción al momento histórico que vivimos, de tal manera que los más jóvenes pueden comprenderla y asumirla. De lo contrario, nuestra Santa acabaría siendo un "objeto cultural" del todo atractivo, pero se vaciaría por completo de su significado religioso, que es la clave de su personalidad. Es ésta una tarea de las generaciones con algunos años más que los adolescentes y jóvenes valldemossines, para llevar a cabo el problema que más preocupa a la Iglesia: la transmisión de la fe de generación en generación. Nada fácil en estos momentos.

Pero a la vez que escribo lo anterior, utilizo el título del célebre libro de Hemingway, que él aplicaba a los Sanfermines de Pamplona, para indicar una dimensión de las fiestas valldemossinas, aunque de suyo ya hayan pasado en el calendario. Celebrar a Santa Catalina Thomás conlleva también, y de forma necesaria, un estallido de gozo y de satisfacción populares/colectivas que, sin poder remediarlo, producen fiesta, algarabía, celebración, cualidades existenciales que derivan, a su vez, en buena gastronomía, en reuniones familiares, en representaciones de todo tipo, en música recorriendo el pueblo, en verbenas hasta altas horas de la madrugada, y tantas cosas más, que convierten Valldemossa, durante unos días, en ese estallido festivo del que escribía el autor norteamericano. Y en este rito casi mítico de las fiestas populares, se unen jóvenes y ancianos, unos y otros, tal vez con la excepción de ese grupo de personas tan cultas y tan puestas que permanecen al margen de todo griterío popular. Para no contaminarse. Allá ellas con su desgraciada sofisticación. Se pierden lo mejor de la vida: la alegría espontánea del pueblo, de la gente normal y corriente, de esas pasiones en estado puro y duro. El estallido de la fiesta.

Por razones cualesquiera, llevo algunos años sin vivir tales fiestas valdemossinas, que tanto quiero y que tanto aprecio. Pero me queda una consolación posterior: la celebración de la "Virgen dormida" en agosto, uno de los títulos más bellos que existen en la Iglesia de Mallorca y que en Valldemossa se concentra en la imagen de la Virgen a las puertas de la Parroquia de San Bartolomé, rodeada de albahaca, rezada por los fieles y menos fieles, llevada y devueltas por "las crestas" en memoria de una larguísima tradición de siglos que, si nadie lo evita, este año, dentro de pocos días, presidiré como sacerdote tan vinculado al pueblo. Menuda satisfacción para quien suele dedicarse a otras tareas mucho menos populares, pero tampoco tan gozosas como ésta de agosto. Unos días, además, en que La Marina también estalla en sus propias fiestas con un furor impresionante. El gozo de julio, así, salta hasta agosto, y de esta manera el verano corre hacia su final con esa elegancia de los hitos históricos que pasan de generación en generación. Y que comunican una específica belleza al tiempo.

De esta manera, año tras año, de la mano de Catalina Thomás y de la Virgen de agosto, eso que llamamos la vida se nos escapa de entre las manos de forma inevitable, camino del misterio. Pero nadie podrá quitarnos ya, absolutamente nadie, el gozo religioso y cívico de tal estallido festivo que convierte nuestro estío valldemossin en sentimiento de pueblo unido por raíces hondas y permanentes. Será cuestión de cuidar como oro en paño este don de la historia porque confiere identidad a nuestro pueblo. Un pequeño pero bellísimo pueblo en la Tramuntana mallorquina. Entre montañas, tan cerca del mar. Nos veremos.