En un mundo dominado por la histeria, desde la economía a la sanidad pasando por la política y el deporte, lo razonable adquiere categoría de discurso tan raro como excelso. Más aún si se refiere a verdades obvias. Ha hecho falta que el Santo Pontífice llegue a Jordania para que en los diarios escritos y hablados encuentren hueco dos puntualizaciones tan triviales como prudentes: que Oriente Medio necesita paz y los pueblos musulmanes, respeto. Dos sentencias que sostendría cualquier persona de buena voluntad, una mínima dosis de cordura y tasas de alcoholemia bajas. Pero si se vuelven noticia sólo porque alguien en principio tan poco sospechoso de ebriedad, malevolencia o tontuna como es un papa las enarbola a guisa de bandera de saludo, entonces cabe entender que nos hemos vuelto del todo locos.

¿Qué esperábamos? ¿Acaso había alguien que pudiese creer que Benedicto XVI iba a predicar en Ammán la vuelta a las cruzadas? Lo que el sucesor actual que ocupa la silla de san Pedro ha dicho forma parte de las verdades de Pero Grullo. Pues bien; tal vez nada defina mejor el nivel de disparate en el que estamos instalados hoy que el hecho de que afirmar lo obvio gane patente de discurso de Estado.

Pero démosle la vuelta al argumento. ¿Acaso no estamos metidos en un ámbito argumental que azuza el odio al otro, ya sea en Palestina, en los grandes lagos africanos. en los Cárpatos o, ya que estamos, en el reino de las autonomías nuestro? ¿No llevamos años, desde el 2001 al menos, identificando a los musulmanes con el demonio? Podría pensarse que en realidad lo que ha hecho en Jordania el antes cardenal Ratzinger es dar marcha atrás en sus afirmaciones doctas acerca de la maldad del pensamiento de Mahoma pero eso sería confundir las cosas. Quien ha viajado al Oriente Medio no es un filósofo ejerciendo su cátedra de Teología Dogmática en Ratisbona sino el padre espiritual de buena parte de la humanidad y líder político de un Estado tan minúsculo como influyente. Pocas dudas podían existir acerca de que no iba a pronunciar en Ammán ninguna ponencia sabia acerca de los respectivos méritos de cristianos y musulmanes en su interpretación, no tan opuesta como podría parecer, de la divinidad.

Lo peor de todo es que eso mismo que ha expresado el papa Benedicto XVI haya sido sostenido durante la última década, pero exactamente al revés, por parte de quienes gobiernan el mundo. En uno y otro bando –musulmanes frente a cristianos; norteños y sudistas; tercermundistas contra desarrollados– se ha abundado en la táctica que sostiene que lo mejor es machacar al enemigo y despreciar sus ideas. De tal suerte hemos llegado a donde estamos: un hervidero en el que el más mínimo susto se convierte en pandemia, crisis catastrófica y mucho pánico. Que el Santo Pontífice opte por la trivialidad de pedir paz y respeto es, así, la noticia del día. De la época, casi.