Publicaba este diario anteayer la noticia de que uno de los partidos coaligados en la tarea cada vez más difícil de gobernar las distintas instituciones de este santo archipiélago había optado por presentar a las próximas elecciones europeas a un candidato que no podía serlo. Parece ser que el reglamento impide el que los consejeros autonómicos hagan de eurodiputados.

Los detalles acerca de quiénes son el candidato y el partido implicados en ese hermoso pulso lanzado a los reglamentistas no vienen a cuento. Lo que importa es el gesto en sí, que cualquiera sabe si corresponde a una especie de reedición del Braveheart de Mel Gibson alzado contra el imperialismo centralista o a un despiste. Lo primero estaría muy bien: las trabas burocráticas no hay por qué respetarlas si a mano queda el saltárselas y, aunque terminen éstas por imponer su mando y ordeno, los gestos de desafío siempre sirven, al menos, para socavar algo los cimientos del reglamentarismo feroz. Sobre todo cuando éste es inútil porque, ¿a santo de qué habría que impedirle a un consejero autonómico y, ya que estamos, a un subsecretario o a todo un ministro del gobierno central el que figure en las listas europeas? De hecho, ¿qué razón debería llevar a que hubiese incompatibilidad alguna para ejercer un empleo que nadie entiende para que sirve si se exceptúa el beneficio de sueldo y dietas?

A principios del mes de junio se celebrarán las elecciones al Parlamento Europeo, con el conseller-candiadato en las listas o no, y se podrá enseguida comprobar en qué medida los ciudadanos han prestado su atención a la cita con las urnas. Si no recuerdo mal, en las ediciones anteriores, tanto en la de 1999 como en la de 2004, la abstención supero en número a los votantes: un indicio bastante cierto del interés que suscita ese compromiso electoral. Hay más pistas al respecto, aunque hay que llevar a cabo un poco de sociología electoral para alcanzarlas. ¿Sabe alguien el nombre de alguno de los cincuenta y cuatro próceres elegidos hace cinco años? Y si lo sabe, ¿tiene cierta idea acerca de qué hizo a lo largo de toda esta legislatura, qué leyes -si hay alguna- promovió, a cuáles se opuso y en qué quedo su trabajo? Es más, ¿puede usted decir sin mirar la wikipedia dónde queda la Eurocámara, si su sede está en Luxemburgo, Estrasburgo, Bruselas o en todas esas ciudades? Y en caso de acierto, ¿tiene alguna idea acerca de qué relaciones existen entre el Gobierno europeo y su Parlamento? Pongámoslo fácil: ¿son buenas o malas?

El cargo de eurodiputado resulta una prebenda harto deseable; tanto como para suponer un retiro excelente destinado a quien recibe un cese inoportuno. Aparece la promesa de un quinquenio de remuneraciones jugosas, viajes interesantes y trabajo tirando a relativo incluso dentro de la muy amplia relatividad de las agendas parlamentarias. No estropeemos algo tan hermoso con trabas administrativas si, a la postre, tanto nos da.