Jueves, 22 de enero

Para mí que se trata de las plagas bíblicas aplicadas al transporte aéreo: nieve, hielo, patinazos, gremios levantiscos de controladores y pilotos y, ahora, el ciclón. El aeroplano da saltos de bache en bache acercándose a una pista de Barajas, la que se utiliza cuando sopla viento del sur, que supone una garantía cierta de retrasos añadidos. Hay que ver lo raro, peligroso y, sobre todo, incómodo que se ha vuelto eso de viajar.

Pero hay que hacerlo. Sobre todo cuando te emperras en pasar el curso en otra universidad pero quieres seguir manteniendo los lazos con la de siempre. Ayer inauguramos en la UIB el Año Darwin; pues bien, los fastos relacionados con el recuerdo del padre de la biología moderna van a suponer muchos, pero que muchos viajes mientras otra ciencia, la de los meteoros, intenta aclararse respecto de si los trastornos del clima que sufrimos son naturales o no.

Ir sorteando zarandeos a bordo de un aeroplano que vuela mecido por las rachas de un ciclón no forma parte de mi concepto particular de lo natural, y tampoco creo que estuviese en el esquema que nos brindó Darwin. De hecho, se supone que la naturaleza favorece los comportamientos inteligentes. Se ve que con nosotros los humanos, los viajeros al menos, hace una excepción.

Viernes, 23

Julio Pérez Cela, uno de mis primos más cercanos aunque sólo sea por su vocación de mantener los vínculos familiares -que tampoco es sólo por eso-, republicano como yo pero mucho más respetuoso con las tradiciones, nos invita a Cristina y a mí a cenar con él y su mujer, Mercedes, nada menos que en el Casino de Madrid, el palacete de la calle de Alcalá para el que no pasa el tiempo. Los cuadros pompier, las lámparas colgantes rezumando lágrimas de vidrio, la biblioteca con altillo al que se accede por medio de una escalera de caracol modernista de hierro fundido, las mesas de billar y lectura o los sillones de orejas te llevan uno o dos siglos hacia atrás. Pero los bustos de los generales Sanjurjo y Franco remiten casi a la prehistoria. No exageremos: a Atila, el huno.

Julio tuvo un accidente espantoso siendo muy joven, un atropello que no le mató pero le dejó renqueante. Cada vez que nos vemos me cuenta cómo mi padre le iba a ver al lecho del hospital en que sufría operación tras operación y le llevaba cada vez uno de sus libros.

Domingo, 25

El don de la oportunidad del que disfruto me conduce de nuevo hasta el avión. Tampoco es que tenga demasiadas alternativas porque mañana he de comenzar en la UIB mi curso de doctorado, que una cosa es estar de año sabático y otra muy distinta el desatender las obligaciones vocacionales. Sigue el ciclón y continúan los meneos a bordo del aeroplano, de nube en nube. Llega a ser un tedio tanto bote.

Lunes, 26

El de dar clases es, a mi juicio, el oficio más hermoso que existe. Escribir en los diarios le sigue de cerca, así que tengo la suerte de hacer lo que resulta más gratificante hoy en día o, al menos, lo que prefiero.

Pero el ejercer de profesor tiene una pega de aúpa. Los alumnos cuentan siempre con la misma edad mientras que tú cada curso enseñas un año más. Cuando comencé a dar clases en la UIB era difícil distinguirme de cualquier otro del aula y ahora parezco el bisabuelo de los asistentes al máster. Pero las nostalgias por la época aquella, de ausencia de canas, se compensan con la oportunidad de poder seguir en la tarima hablando de las cosas que me entusiasman. Gracias a la protección divina bajo forma de libertad de cátedra, puedo elegir de qué hablar. Por el momento, nadie me ha denunciado.