Tendrán lugar en un país del que los europeos -lo dijo Malraux, que vivió allí- sólo comprendemos aquello que se nos asemeja. Aún así, y sobre lo poco o mucho que entendamos, pues en estas semanas un tupido velo. Porque son días para el disfrute, y porque a un mercado potencial de 1300 millones hay que tratarlo con guante blanco.

Los anfitriones se han esmerado. La terminal mayor del mundo es obra de Foster, aunque Pekín no será la única ciudad que nos mostrarán y hay subsedes en otras seis: fútbol en Shangai, equitación en Hong-Kong, vela en Qingdao? Habrán echado el resto para que el mundo vea cómo las gastan en lo que conviene y es que, aseguró alguien, sin ser hábil no se puede ser chino. También las gastan de otros modos y ahí están los tibetanos o esos activistas en pro de los derechos humanos encarcelados, aunque las autoridades se hayan comprometido a progresar en ese terreno, algo más descuidado que las olimpiadas, y garantizar la libertad de prensa para que los informadores deportivos nos cuenten sin trabas excepto de política, que tampoco es cuestión de aguar la fiesta a una China con crecimientos económicos cercanos al 10%. Compárense con las cifras de occidente y entenderán que nadie -excepto el representante suizo en el COI, y por lo bajini- haya mencionado la palabra boicot, pese a que los propios chinos lo secundaron en su día.

Fue en 1980 y era la primera vez que un país con dictadura comunista, la URSS, albergaba los Juegos. Los hubo en Argentina en pleno gobierno de los milicos, pero ésa de la derecha es otra historia. El caso es que en aquel entonces y a propósito de la invasión en Afganistán, el americano Jimmy Carter prohibió a los atletas asistir al evento so pena de serles retirado el pasaporte. La medida fue secundada al punto de que 65 países se sumaron a ella y la participación fue la más baja desde 1956. Declinaron competir, entre otros, Alemania, Canadá, Noruega, Japón y la mismísima República Popular China, enemistada en esos años con los soviéticos. Aunque los recuerdos queden, cambian los tiempos y hoy irán todos como moscas al pastel. Como en la Grecia clásica, también el deporte es un medio en estos días, aunque por lo que sabemos para distintos fines, así que se ha prohibido a los participantes hablar de política, ya ven.

No sé lo que opinaría Coubertin, artífice de los primeros Juegos modernos y tan Barón él, respecto a que el espíritu de una competición sin trampa ni cartón deba pasearse entre tanto disimulo por intereses otros que el disco o la maratón. O que se lleve el gato al agua, junto a los ganadores, un Partido en el Gobierno al que ojalá los millones de ojos puestos en él inspiren algo de pedagogía democrática. No estará de más subrayar que la disidencia termina entre rejas como en los peores tiempos del franquismo, o que la censura sigue por similares derroteros y no sólo en lo que hace a la prensa: la narrativa china es escasamente conocida; a su único Nóbel, Gao Xingjian, le fue vetado participar en el Salón del Libro de París, los escritores conocidos ejercen en su mayoría desde el exilio (Ha Jin en USA, Ying Chen en Canadá, Shan Sa y Dai Sijie en París como el propio Xingjian?) y, cuando publican en su país, se exponen a que les quemen la edición y así pasó con cuarenta mil ejemplares de "Shangay Baby", la novela de Wei después traducida al castellano y en mi criterio absolutamente prescindible, o sea que en este caso quizá tuviese justificación echar al fuego tanto polvo sin gracia.

Con todo, confiemos en que el acontecimiento acabe bien, lo que no es siempre la regla. En una ocasión, y me refiero a las Olimpiadas de la antigüedad, los Juegos, presididos por los ancianos, se celebraron en Argos. La profecía indicaba que el rey de la Argólida, Acrisio, moriría a manos de su nieto Perseo y así sucedió: cuando Perseo, afamado atleta, giraba sobre sí mismo para lanzar el disco, resbaló y el hierro, sin control, dio en la cabeza del malhadado Acrisio. Con esa leyenda en la cabeza y pensando en la del abuelo, he decidido quedarme en casa frente al televisor, aunque para no ser tachado de medroso y justificar este quietismo mío, podría esgrimir un argumento de más peso si cabe que el del disco. Al fin y al cabo, también Eliot Thomas, el poeta inglés, rehusó viajar a China tras enterarse de que carecía de quesos propios.

En mi caso ha sido cuestión de ensaimadas aunque vayan ustedes a saber, porque igual esa Constructora madrileña que ha ganado la concesión para distribuirlas en el aeropuerto de aquí, también las reparta en Beijing, por la terminal de Foster. En tal caso, deberé reconocer que mi ridículo bioicot (¡Cómo se ve que no tengo intereses en la zona!) carecía de razón; que tal vez los del Comité Olímpico Internacional estaban al loro e igual, con siete horas de diferencia, se están poniendo como el quico de ensaimadas tras pasarse la cabeza de Acrisio por el forro. Como tantas otras cosas, y no sólo ellos sino el propio Hu Jintao, el Presidente de la República Popular que hoy nos (los) acoge.