Quizá sea el cuadro más sensual que se ha pintado nunca (y cuando digo sensual digo también pornográfico y delicado, todo a la vez, y ahí está el milagro): una mujer desnuda, con las piernas abiertas y un pezón erecto, vista a la altura de la cintura y en una actitud que sólo es posible en alguien que acaba de hacer el amor y ha resultado muy gratificada por la experiencia. El cuerpo está en reposo, pero todavía conserva las huellas de algo que sólo podemos definir como un éxtasis carnal. La carne todavía tiembla, y por alguna razón, ese cuadro nos hace creer que esa carne es imperecedera. Ahí, intacta, todavía sacudida por un dulce temblor, no podrá ser alcanzada por la decrepitud ni por la muerte. Está a salvo, más allá de toda amenaza, aunque sólo sea un cuerpo tendido sobre unas sábanas sucias en el estudio de un pintor.

Gustave Courbet pintó ese cuadro en 1866 y lo llamó "El origen del mundo", uno de los mejores títulos que uno pueda imaginar. Se dice que la modelo fue una irlandesa pelirroja (sí, ya lo sé, en este detalle hay una contradicción fácil de detectar por cualquiera que haya visto el cuadro), a la que Courbet también había pintado en otras cuatro ocasiones. Como suele suceder, esa mujer fue amante del pintor durante algunos años. Se llamaba Joanna Hiffernan, aunque Courbet la llamaba con el diminutivo de Jo. En uno de sus retratos, Courbet la llamó "La bella irlandesa", y allí se puede ver a Jo mirándose en un espejo de mano mientras se acaricia su larga cabellera rizada. En el otro cuadro, "El origen del mundo", no se le ve el rostro -y lo agradecemos-, pero eso nos impide saber si Jo Hiffernan fue o no fue la modelo real. ¿Y qué importa eso? Nos basta con ese cuadro que nos hace creer que de alguna forma -sólo de alguna forma- es posible perdurar cuando ya nada quede de nosotros.

El cuadro, como cabía esperar, tiene una historia novelesca. Joanna Hiffernan, la bella Jo, también fue amante del pintor Whistler, aquel que acuñó la frase "El arte sucede", que tanto le gustaba citar a Borges (un hombre, me temo, que siempre vivió muy lejos del origen del mundo). Whistler y Courbet eran amigos, pero se pelearon cuando Joanna se hizo amante del francés. Antes de eso, Whistler también pintó a Joanna en un retrato que tituló "Sinfonía en blanco", y en el que se ve a Jo con una especie de camisón blanco, muy lánguida, muy delgada, muy bella. No parece una mujer capaz del erotismo que se ve en "El origen del mundo", pero el misterio del arte, su secreto -y el de la vida-, está en esa contradicción. Que la muchacha lánguida que fuera pintada por Whistler en una actitud angelical sea la misma cuyo cuerpo desnudo se ve en "El origen del mundo" es una de esas cosas que nos reconcilian con la vida. Las dos Joannas fueron reales, la pudorosa y la obscena, la angelical y la salvaje, y las dos inspiraron esos cuadros y las dos posaron para Courbet y para Whistler (y Dios sabe para quién más). Tenía razón Whistler: "El arte sucede".

Pero aún no he contado la historia del cuadro de Courbet. Un diplomático otomano, de nombre Khalil Bey, coleccionaba arte erótico. Cuando el crítico Saint-Beuve se lo presentó a Courbet, le pidió al pintor un cuadro para su colección. Courbet aceptó. Fue a su estudio, tendió a Joanna en la cama -si era ella- y la pintó. Khalil Bey no pudo disfrutar mucho del cuadro, porque dos años después se arruinó en el juego y tuvo que saldar su colección. El cuadro acabó en el almacén de un anticuario, oculto tras un panel de madera que representaba un paisaje nevado, y allí se lo encontró Edmond de Goncourt en 1889. Un aristócrata húngaro lo compró en 1910 y se lo llevó a Budapest, y cuando los soviéticos le requisaron su colección de arte en 1945, el aristócrata consiguió llevarse un único cuadro a Francia. El cuadro que eligió fue "El origen del mundo". Su último poseedor fue el psicoanalista Jacques Lacan, autor de algunas las más elaboradas patrañas intelectuales del siglo XX, quien tenía el cuadro en su mansión de campo, oculto tras otro cuadro pintado por André Masson.

La historia, por novelesca que sea, se queda en nada cuando uno ve el cuadro. "El arte sucede", decía Whistler, que fue amante de Joanna Hiffernan y que la vio tendida en su cama y que supo que no era ninguna patraña, y que luego se peleó con Courbet cuando ella se convirtió -si la historia es cierta- en la modelo del cuadro. El arte sucede, sí. Y es el origen del mundo.