Poco después de la divertida controversia española sobre los y las miembros y miembras de las Cortes, nos llega una gran noticia desde las Islas Británicas: Los miembros más liberales de la Iglesia Anglicana en Gran Bretaña han propuesto que también las mujeres debieran tener la posibilidad de alcanzar la categoría de obispo en la jerarquía eclesiástica. Una propuesta que ha causado tanto revuelo que, según algunos comentarios, la poderosa Iglesia Anglicana estaría al borde de un auténtico cisma. Las mujeres, ¡a la cocina! gritan con santa indignación los más conservadores de esta iglesia. Prefiero no pensar en la posibilidad de que en la Iglesia Católica surgiera semejante propuesta: ya me imagino la cara que pondría monseñor Rouco Ravela ante la posibilidad de que una mujer le sucediera en la sede del arzobispado de Madrid. Desde luego, la Iglesia Católica sí tiene sus santas y sus monjas, pero la palabra ´obispo´ es exclusivamente del género masculino y aunque la palabra ´cura´ termina en a, las sacerdotisas tan solo existían en las religiones paganas.

Pero no siempre ha sido de esta manera. En la antigüedad incluso los dioses podían ser del género femenino. No olvidemos, por ejemplo, la famosa Diosa Blanca de los fenecios, venerada también en Eivissa y descrita de manera tan magistral por Robert Graves. También los hititas veneraban gran cantidad de diosas, sin olvidar a los egipcios. Al fin y al cabo, el hombre siempre ha creado sus dioses a su imagen y semejanza. Los dioses y diosas griegos, por ejemplo, tenían, a parte de sus poderes especiales, características típicamente humanas e incluso un cierto sentido del humor. Al principio de los años setenta en escritor holandés Esteban López (de padre español), que vivió varios años en Eivissa, publicó un libro-ensayo sobre este tema, titulado Dios, una mujer.

Las religiones monoteístas, en cambio, siempre han relegado la mujer a un segundo plano. Tanto el Dios cristiano como sus equivalentes, el Jehová de los judíos y el Allah del Islam, son incluso lingüísticamente, del género masculino, porque siempre se habla de ´Él´. En estas religiones, la mujer no puede ser diosa porque desde su origen es la gran pecadora, que había seducido al hombre a cometer su primer pecado. Por esta razón, sobre todo en las muy rígidas religiones calvinistas y demás sectas protestantes, todos los que alcanzan cierto rango en la jerarquía eclesiástica -desde los predicadores o pastores hasta los diáconos, los consejeros parroquiales y los modestos sacristanes- son hombres, todos vestidos en sus sencillos y severos trajes negros.

Por todo esto creo que ni siquiera en la Gran Bretaña ha llegado el tiempo en que podremos hablar de ´obispos y obispas´.