Con una sensiblería digna de mejores causas, prácticamente todos los medios se han hecho melodramáticamente eco de la última -por ahora- tragedia protagonizada por inmigrantes en situación irregular en el traicionero Mediterráneo que separa África de España: nueve niños han muerto junto a las costas de Almería en una patera que se averió y quedó a la deriva durante varios días poco después de partir de las costas norteafricanas. Es muy de lamentar, en efecto, este nuevo suceso, que hemos podido interiorizar y palpar gracias a los relatos desgarradores de los supervivientes. Sin embargo, el verdadero problema que plantea la inmigración no queda bien reflejado en estos episodios incidentales que cuestan la vida a un puñado de personas. Lo grave del asunto es que todo un continente, otrora colonizado, devastado y expoliado por Europa, está hoy postrado, famélico e impotente, sin posibilidad de redimirse por sí mismo y con la mirada puesta en el Norte, que le cierra todas las puertas. La inacción frente a esta evidencia demográfica, el gran viaje frustrado de la exhausta África hacia Europa, así como la erección de muros cada vez mas altos a las puertas de Europa empiezan a parecerse mucho a un vulgar genocidio.