Todavía no lo es, pero lo será. El vencedor este año del Roland Garros y de Wimbledon tiene escrito que llegará a la cima de las cimas del tenis mundial porque, aunque las puntuaciones de la ATP -inexplicables para quienes no conozcan los entresijos del deporte- aún le nieguen este privilegio, lo cierto es que Nadal le puede al número uno oficial. La lista de encuentros entre Federer y nuestro campeón demuestran que Rafa le supera en todo. Y si es mejor que el número uno ¿a quién corresponde de verdad esta corona? Con Nadal el deporte mallorquín ha alcanzado lo inimaginable, al frente de toda una generación de jóvenes deportistas que han llenado y que seguirán llenando -ellos y otros que vendrán- páginas de gloria para Mallorca. Ahí es nada, poderse enorgullecer ante el mundo de ser compatriota del más grande genio del tenis de todos los tiempos.

Tras el heroico triunfo de Nadal sobre Federer en la hierba de Wimbledon se han publicado muchos artículos sobre él y otros héroes del deporte, como la Selección Española de Fútbol, poniendo de relieve el excepcional momento que vive España, lo cual es cierto. Pero si esta coincidencia es un orgullo para el conjunto de la variopinta sociedad española ¿qué decir de nosotros? Desde los tiempos de Timoner, cuando la isla todavía no había iniciado su despegue económico, hasta hoy, la nómina de deportistas de élite ha ido creciendo paulatinamente, pero ha sido en la última década cuando la exportación de campeones del mundo se ha visto coronada con el más espectacular de los éxitos: en motos, en vela, en ciclismo, en gimnasia y también en fútbol. Tío Miquel se ha retirado y transformado en comentarista, pero siguen en activos muchos otros futbolistas mallorquines de primera, capaces de formar una selección perfectamente competitiva.

Pero no nos salgamos del tenis. Para un pequeño país como Mallorca es muy significativo que en una misma generación hayan surgido dos números uno del tenis mundial como Carlos Moyà, que lo fue, y Rafael Nadal, que indiscutiblemente lo será. Los éxitos del deporte español empezaron a ser notorios en la década de los noventa, coincidiendo con las Olimpiadas de Barcelona y un momento de espectacular empuje económico en el que Mallorca ha tenido un papel importante, bastante más importante del que muchas veces se le reconoce desde este Madrid oficial que aplaude a rabiar a Nadal. Nada que objetar, por supuesto. Emocionarse con el gesto de ir mordiendo todas las copas del mundo nos pertenece a nosotros y a todos cuantos sienten como suyo el triunfo del tenista de Manacor. ¡Si hasta en Madrid ya saben localizar en el mapa dónde está Manacor! Y eso que, a veces, cuando no les interesa, ni saben donde se encuentra la isla.

Hubo hace poco algún malentendido entre Rafel Nadal y el Govern en relación a un centro de tecnificación deportiva que debía construirse en Manacor, pero para el que, según el director general de Deportes, el ejecutivo se ha quedado sin dinero. No hagamos de este desencuentro ninguna cuestión política. Cada cual puede pensar como quiera, pero nadie negará que Nadal es, hoy por hoy, el símbolo de una Mallorca para la que la conquista universal no es ninguna panacea. Desde aquí se ha edificado un imperio. Nadal, si quisiera, podría hospedarse siempre en hoteles mallorquines en su ir i venir por todos los continentes. Y, al final, el premio de esta Mallorca es una generación de campeones, que no ha hecho más que empezar. ¿Con estos mimbres, no vamos a ser capaces de estructurar una sociedad en la que la convivencia sea posible? Una sociedad plural y número uno también en ser y sentirse mallorquina.