Con pocos días de diferencia los dos partidos mayoritarios del arco político español han hecho sábado en sus respectivas casas; algo parecido a cuando la madre de familia monta un zafarrancho doméstico para guardar la ropa de invierno. La cosa no es sencilla y se rige por sus pasos: hay que desechar lo inservible, limpiar bien lo que ha de conservarse, estibar con sensatez y, por último, colocar algún antipolillas de confianza para que, dentro de unos meses no nos encontremos con la desagradable sorpresa de que nuestro jersey favorito ha mutado a queso de gruyere. El proceso es laborioso y requiere concentración y fuerza de voluntad..., porque nada apetece menos que lidiar con lanas y franelas cuando, tras la ventana, el verano impone su ley. Pero es preciso hacerlo. Después, ya recogido todo, con los armarios bienolientes y la fresca ropita estival haciéndonos guiños seductores, la vida tiene otro color. Pues bien: los dos partidos acaban de pasar por esta prueba; tras muchas inquietudes y negros presagios, por fin han hecho el cambio de temporada. Todo tranquilo en el frente..., o así debería ser. Al menos sobre el papel, ahora tocaría un tiempo de consolidación y trabajo, cada uno en lo suyo, lejos del consabido pim-pam-pum al que nos tienen tan acostumbrados.

Llama la atención que PP y PSOE hayan coincidido en contar con abundante presencia femenina en sus nuevas cúpulas. Cada vez más mujeres ocupan cargos de relevancia en los partidos, tanto que en los últimos años este sector se ha convertido en punta de lanza feminista del país. Lo cierto es que en pocos campos se encuentra algo equivalente en la España de hoy. Quizá el efecto emulación sirva para que se "contagien" otras esferas; así, la existencia de directoras generales, presidentas de consejos de administración, catedráticas y demás, dejaría de ser materia de suplemento dominical para volverse la más absoluta de las normalidades: ésa que no necesita subrayarse como rareza en un artículo de periódico.

Claro que cuantas más mujeres, más se las oye..., y cuando alguna habla, sube el pan; ni más ni menos, lo que pasa con ciertos hombres. Lo de las "miembras" de la ministra Aído, por ejemplo, ha dado mucho juego en tertulias y artículos de opinión. Acabo de leer uno de Arturo Pérez Reverte donde el aguerrido escritor y periodista arremete contra toda una generación de jóvenes políticas, según él, criadas a los pechos del presidente de la Junta de Andalucía; feministas, consentidas y respondonas, cuya cabeza visible es la señora Aído. Lo peor, asegura, es que la ministra se ha mofado de la Real Academia Española; luego, con ardor de converso y ese aire tan suyo de "con un par", el académico defiende a capa y espada a la institución que limpia, fija y da esplendor. Magnífico alegato, si no fuera porque hasta hace poco la Academia se caracterizaba por negar la entrada a su cenáculo a las representantes de la mitad de los hablantes hispanos: las mujeres. "Miembras" y anécdotas aparte, me temo que la credibilidad de la RAE tendría más peso y más base si se apoyara en más nombres de mujer, que siguen siendo minoría en aquella Casa..., dicho sea sin querer desmerecer a nadie.