La crisis del PP catalán, que pretendió ser manejada por Génova mediante una injerencia conciliadora y de síntesis -la renuncia de los tres candidatos y su sustitución por otro distinto-, sigue completamente abierta, y aun agravada, después de que Montserrat Nebrera se negase a retirar su candidatura y obtuviese casi la mitad de los votos. Ocioso es decir que la fallida candidata de consenso, Sánchez-Camacho, tiene un futuro altamente incierto al frente de la fracción catalana del PP.

La bases de los partidos, de todos los partidos, empiezan a no tolerar la falta de democracia interna de estas organizaciones, que se hace particularmente sensible tras los fracasos electorales (la victoria y el poder son lenitivos que todo lo curan). Y los líderes deberán tomar nota de este hartazgo: con la maduración del sistema, pronto ya no será digerible el liderazgo carismático que algunos se empeñan en mantener. El voto y la urna, también a estos niveles secundarios, serán en el futuro las herramientas insustituibles de la resolución de conflictos. Aunque en ocasiones alguien tenga que dar algún osado golpe de timón.