Hace más de treinta años el grupo de rock Supertramp editó un disco cuyo título nos viene al pelo: Crisis. What crisis? Si no recuerdo mal la portada del disco era bastante elocuente: un tipo en bañador descansaba en una tumbona bajo una sombrilla de colores; no había nadie a su alrededor y la playa no era precisamente caribeña sino un páramo más o menos lunar iluminado por tonalidades apocalípticas. Pero pese a todas las evidencias adversas, el tipo de la portada seguía en la tumbona y parecía feliz. Ya ven. Dado que Zapatero se crío, generacionalmente, oyendo Supertramp, es decir, en Supertramp se gastó su primera pasta, con Supertramp bailó al agarrao en los primeros guateques y con Supertramp lloró la muerte de sus viejos peluches, uno está inclinado a creer que el subconsciente no respeta a nadie y puede jugarnos malas pasadas.

Admitiendo que la población no debe ser alarmada de forma gratuita, admitiendo que vivimos en una sociedad formada por idiotas mansos y acomodaticios, me sigue sorprendiendo el temor del presidente a llamar las cosas por su nombre. ¿El cáncer es un enfermedad seria o es un oncocabreo? ¿Los cuernos son cuernos o malformaciones óseas que brotan de la visera? ¿Un accidente aéreo es una hostia, o una pérdida de altura con politraumatismo e ignición generalizadas? Mientras el país entero se rasca el bolsillo, Zapatero se resiste a pronunciar la palabra. Claro que si ha leído a Quevedo sabrá que rascarse el bolsillo era "hurgar el tuétano de las faltriqueras", con lo cual así nos va. ¿De qué hablamos? ¿Por qué callamos? ¿Por qué ciertas palabras cuestan tanto de salir de la boca? Las palabras díficiles, las palabras sinceras, las palabras amables poseen una densidad mucho mayor que las palabras ásperas, las gratuitas, las duras, las frívolas? Cuestan. Miles de años de lenguaje para llegar aquí. A eso llamamos evolución. Progreso.

Y lo paradójico es que los grandes políticos -como las grandes personas- son aquellas que han incorporado a su vida la entraña expresiva del idioma, la esencia del decir acertado, limpio, sin mácula. Incluso aquellos que no siempre fueron grandes políticos y tampoco fueron, ay, la madre Teresa de Calcuta, supieron emplear las palabras correctas en los momentos difíciles. ¿Se imaginan a Churchill en vísperas de la crucial Batalla de Inglaterra arengando a sus pilotos con el cuento de que los stukas alemanes eran una escuadrilla de "parapentes"? ¿Se imaginan a Kennedy en la crisis de los misiles, diciendo que los destructores rusos eran en realidad los remeros del Volga? Insisto. Los grandes estadistas se crecen en las ocasiones de plomo, cuando hay que identificar el peligro, nombrarlo, explicarlo, y pedir el apoyo de la comunidad. Sólo entonces la victoria tiene sentido, sólo entonces la gloria es una y a la vez compartida. Y sólo entonces la crisis, qué curioso, puede resolverse de verdad. De lo contrario, uno se va pareciendo cada vez más al tío pachorras de la tumbona. Sobrao. Viviendo atrapado y feliz en la portada de un disco de Supertramp.