1) Al NO de Irlanda a la Constitución Europea se ha sumado -aunque parece que ahora da marcha atrás- el gemelo Kaczynski que preside Polonia. (El otro gobernaba, pero -lo digo con alegría- perdió las últimas elecciones). El tablero europeo parece ahora cualquier mesa de cartón de los trileros de la Playa de Palma. Todos quieren entrar en la Comunidad Europea y beneficiarse de sus ayudas para remontar la economía y los servicios del país. Pero luego, cuando el país ha dejado de ser un país pobre y se ha puesto incluso de moda entre los demás socios europeos -éste ha sido el caso de Irlanda- se dice que NO y tan contentos. Sabemos que la Constitución europea, reformada con el Tratado de Lisboa, está plagada de defectos y carencias, pero es mejor la que hay a que no haya ninguna por enfrentamiento de los socios. Como sabemos que ese NO, no es tanto por esos defectos y carencias sino por el egocentrismo nacionalista, que suele ser pan para hoy y hambre para mañana. El hambre que puede llegar a pasarse, por ejemplo, en una Europa que no quiera mirarse como un todo, sino como un conjunto de piezas a desmembrar. Mientras se cobraba y nada más, estupendo, pero a la hora de contribuir y edificar algo en común, menos que nada.

En eso ocurre como en las crisis económicas. Se habla de ellas como si fueran una fiera escapada del zoo por puro capricho, dispuesta a llevarse por delante todo lo que encuentre. Y es cierto que las sufrimos todos -unos más que otros, como en la vida- pero también lo es que alguien crea esos espejismos económicos -no creación de riqueza, sino especulación y aventurerismo que pueden parecer riqueza y no son más que formas de la codicia-, esos espejismos, digo, que siembran el humus para que la crisis llegue más pronto o más tarde y se desboque atrapando a justos por pecadores. Últimamente se oye que a tal o cual empresario le ha enganchado la crisis, pero no se dice que ese tal o cual empresario -junto con los bancos que avalaban sus aventuras- ha sido uno de los causantes de esta crisis, en el plano local. Vamos -como dice el gran Cristóbal Serra-, me parece a mí. Por puro sentido común.

2) Hace días vi una fotografía que definía uno de los fastidiosos lados de la naturaleza humana: la envidia igualitaria, que tiene su apoteosis en los movimientos revolucionarios. La foto estaba tomada en Teherán y en ella aparecían tres mujeres. Su titular decía: Operación contra la Corrupción Social. Sin ver esa foto uno podía imaginar, yo que sé, redadas contra el narcotráfico, el blanqueo de dinero, la evasión de capitales, o los negocios prostibularios de menores. Por poner algún ejemplo. Pero no. La fotografía trataba de otra cosa. En ella se veía a una mujer muy elegante -lo eran la expresión de su rostro, sus cejas arqueadas, sus largas manos de pintura gótica- con uno de esos abrigos largos y negros (en este caso, de buen corte) que abundan en los países integristas, y un bonito chador verde almendrón cubriéndole el pelo, las orejas y parte de las mejillas. Quiero decir que pese a la alegría del verde -y qué menos que esa alegría en la vida- la mujer iba vestida en la más pura ortodoxia islamista. Pero frente a ella dos mujeres más jóvenes que ella, envueltas en mantos negros de la cabeza a los pies, la habían detenido para obligarle a... quitarse el carmín de los labios. Lo que ella estaba haciendo con paciente y resignada parsimonia en el momento de la fotografía. Esas dos mujeres eran policías femeninas encargadas de vigilar tan perniciosa ´corrupción social´ y ninguna de ellas llegará a tener en la vida la elegancia -física, pero también moral- de su víctima en el momento de serlo. En fin...

3) Leo que a Arturo Pérez-Reverte le han dado en Italia el Premio Von Rezzori por su novela El pintor de batallas. Lo contaba su editor italiano Marco Tropea en los encuentros que sobre la obra de Pérez-Reverte, Marías y Vargas Llosa se han celebrado en Santillana de Mar. Un premio a la obra de un amigo es siempre motivo de alegría pero, en este caso, la unión de una novela magnífica como El pintor de batallas, con el autor de las también magníficas Memorias de un antisemita o Un armiño en Chernopol, lo es por partida doble. Porque el mundo que vivió Von Rezzori -como el de otros autores de lo que fue el imperio austrohúngaro- es tan Pérez-Reverte, como puedan serlo Alejandro Dumas o el imperio napoleónico. Y porque tiene uno la impresión de que de Von Rezzori a Pérez-Reverte se cierra un ciclo sobre la desolación de Europa, que -frente a la inconsciencia política- todavía puede conservar su alma gracias a la literatura de escritores como ellos.