Charlie Black se llama un importante asesor de Jhon McCain con el que la revista Fortune entabló una conversación para sus páginas. No para hablar de Black, naturalmente, sino de Mc Cain.

Y como parece que, según las encuestas, aumentan las dificultades del republicano para vencer al demócrata Obama, dedicaron algún espacio a la seguridad nacional, que es asunto que preocupa a una gran mayoría de ciudadanos estadounidenses y en el que Mc Cain se muestra todo un apasionado experto. Pero la entrevista no tendría mayor relieve si el asesor del candidato republicano, a la pregunta, realmente improcedente, de si un atentado en Estados Unidos favorecería electoralmente a Mc Cain, no hubiera contestado que sí, que ciertamente sería una gran ventaja para él. Como era de esperar, la sinceridad del asesor armó un gran revuelo. El revuelo, sin embargo, no lo suscitó el hecho de que lo pensara, con la vileza moral que eso supone, sino que lo dijera, con evidente falta de prudencia política. Y, como suele suceder, a la aparente sorpresa siguió la oleada de hipocresía. No porque se piense que a Mc Cain, concretamente, se le haya ocurrido que un atentado atroz pueda facilitarle el camino a la Casa Blanca, sino porque la ambición de poder no repara en gastos. Ahora, en Madrid, acaban de detener a un guarda jurado, que duplicó su función y era guardia y ladrón a la vez. En la lucha contra el terrorismo pasa a veces lo mismo: coinciden en una única persona el que vende el arma y el que la emplea. En no pocas ocasiones los terroristas y sus contrarios se ayudan tanto mutuamente que pueden llegar a añorarse en sueños. En España hemos tenido esa percepción de la ayuda que se prestan los terroristas y algunos supuestos contrarios. Y hasta la evidencia de lo que puede favorecer o no un atentado a una fuerza política en tiempo electoral. Tanto que no faltó quien pretendiera cambiar la autoría de un atentado para que el voto le asistiera.

PD.- Mc Cain es un reputado patriota norteamericano y su denostado asesor supongo que lo será también. No es de extrañar pues que, como allí es costumbre, veneren la bandera patria y la vistan. En EE UU, una bandera se puede convertir en camiseta, puedes llevar bragas o calzoncillos con la bandera americana y, por supuesto, da mucho gusto tener banderita en un sombrero o en la parte trasera del vaquero. Aquí no ha pasado la bandera del ribete en el cuello y las mangas de un polo o como pegatina de identificación en el coche de cierto tipo de españoles. Pero en la noche vienés de la victoria el presidente Zapatero iba vestido de bandera sobre fondo azul: corbata alistada de bandera y bandera-insignia en la solapa. En el balcón de un apartamento de la costa había visto yo el domingo la bandera española colgada entre las toallas, en plan apoyo a la selección. Ayer, el presidente de Dinamarca recibió a Zapatero con una bandera española al cuello. Hoy, una amiga mía va a encargar a Manolo Blanick unos zapatos rojos y gualdas. Hay que proclamar la importancia de los pies. Y más en el fútbol.