Este año el ayuntamiento de Palma conmemora el doscientos aniversario de la liberación de Jovellanos, recluido en Mallorca entre 1802 y 1808. La presencia de este personaje en la isla, aunque corta en el tiempo, debe ser considerada como un importante episodio de nuestra historia decimonónica.

Gaspar Melchor de Jovellanos y Ramírez nació en Gijón (1744), en el seno de una familia hidalga. Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, considerada en aquellos momentos como la más prestigiosa de España. En el momento de presentarse a la canonjía doctoral, en Galicia, persuadido por sus familiares y amigos, abandonó la carrera eclesiástica y se decantó por el Derecho.

Los que conocieron personalmente a Jovellanos coinciden en afirmar que era un hombre encantador, de caballerosidad cristiana: aseado, sobrio en el comer y en el beber, atento en el trato, religioso -sin beaterías-, discreto en el vestir, amante de la verdad -por cruda que fuese-? pero sobretodo era un hombre generoso.

Con veintidós años tuvo su primer destino en Sevilla, dónde fue nombrado Alcalde del Crimen, allí vivió durante diez años (1768-1778). En aquellos momentos Sevilla era un importante centro de la ilustración española y Jovellanos se adaptó muy pronto a aquel ambiente. En 1778 fue destinado a Madrid y allí asistió a las tertulias de Campomanes, en donde "buscaban la mejora del pueblo desde las élites ilustradas". En estos momentos Jovellanos ya gozaba de prestigio intelectual. No en balde fue nombrado Ministro de la Real Junta de Comercio (1783) y director de la Sociedad Económica de Madrid, entre muchas otras cosas. Pero muy pronto sus atrevidas iniciativas provocaron el recelo de la nobleza y de la Inquisición, instituciones que en aquellos momentos gozaban de importantes prerrogativas, y que ahora veían peligrar. Las intrigas, las calumnias y persecuciones contra su persona, dirigidas desde la sombra por el ministro Caballero desembocaron en su detención en Gijón (1801) para posteriormente ser embarcado para ir a Mallorca.

Jovellanos llegó a la Isla el 18 de abril de 1801. Inmediatamente fue enviado preso por el gobernador militar a la Cartuja de Valldemossa. La torre medieval del convento, antigua dependencia del palacio del rey Sancho I, se convirtió en la cárcel de nuestro protagonista. Su estado de salud era pésimo con lo que el prior Miquel Pascual, saltándose a la torera las estrictas órdenes del gobernador militar, permitió que el preso pasease libremente por las dependencias cartujanas. Participó en la vida de la Cartuja como un monje más, renunciando a los privilegios que le concedían los religiosos. Pronto empezó a recibir visitas por las tardes y atendió una a una las solicitudes de los vecinos. Allí entabló amistad con representantes de la Ilustración mallorquina como Tomás de Verí, el conde de Ayamans, el fraile capuchino Lluís de Vilafranca? Realizó muchas obras de caridad y repartió limosna entre los más necesitados. Sin duda, el paisaje panteísta de Valldemossa le impresionó enormemente. Desde la Cartuja, el prisionero intentó hacer llegar una carta al Rey. Ello provocó, una vez enterado del asunto el marqués de Caballero, la orden de traslado de Jovellanos al castillo de Bellver. De nada sirvieron las súplicas de los monjes arrodillados ante la autoridad para que no se llevasen al asturiano (mayo de 1802). Sin duda, Jovellanos dejó una profunda huella en Valldemossa, huella que todavía se palpitaba con claridad en la memoria de los "valldemossins" a finales del siglo XIX. Una vez en el castillo de Bellver su reclusión fue severa. Su situación, encerrado en una habitación prácticamente sin luz ni ventilación -aunque no en "s´olla" de la torre mayor como a veces se dice-, redundó en su estado de salud: cataratas, dolores reumáticos, problemas en la piel... Esta situación inhumana se alargó hasta 1803, momento en que, por prescripción médica, se le permitió el paseo y los baños en el mar. Hacia 1807, el prisionero tenía prácticamente total libertad "vigilada" de movimiento, aunque tenía prohibido penetrar los muros de la ciudad. En esta época que escribió sus trabajos sobre los monumentos de Palma -que observaba con un catalejo desde la terraza de Bellver-. Esta relajación del cautiverio le permitió entablar relaciones sociales, amuebló sus estancias e incluso formó una nada desdeñable biblioteca. Jovellanos, gozó sobre todo de las visitas de personas de tendencias ilustradas: Tomás de Verí, Juan de Villalonga (de "Can Escalades"), José Barberí, fra Bru Muntaner, o algunos de los miembros más jóvenes del patriciado palmesano, que veían en las nuevas ideas de la Ilustración una herramienta para flexibilizar la rígida y estamental sociedad mallorquina. Con la caída de Godoy (mayo de 1808), Jovellanos fue liberado. Lo primero que hizo fue volver a Valldemossa para visitar a sus amigos los monjes cartujos. Luego visitó Sóller, Alfàbia, Raixa. Días después hizo entrada solemne en Ciutat y desfilando por sus calles recibió el cariño de todos los palmesanos. Abandonó Mallorca el 19 de mayo de 1808. Sin duda, Jovellanos ha sido de las pocas personas que han conseguido el apoyo de todos los mallorquines, sin fisuras, objetivo nada baladí. La sociedad isleña le quiso y le quiere, fue un hombre bueno, ejemplar, no en balde su efigie forma parte de la galería de varones ilustres del Reino de Mallorca.