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Pasar por los aros

Los juegos acaban en Barcelona'92

Los juegos acaban en Barcelona'92

El presidente del Consejo Superior de Deportes recomienda a los presuntos medallistas españoles que congelen las celebraciones hasta su regreso de Rio'16. Ningún país desea que sus atletas engrosen la estadística de una docena diaria de asesinatos en la cosmópolis brasileña, y Gasol obsesionado por el zika. Para qué tanto sacrificio, si no pueden celebrar los triunfos. Algo huele a podrido en los Juegos, o en el planeta que los alberga.

En vela no se habla ya de los vientos, sino de la basura que puede inutilizar las embarcaciones o navíos o como se llamen. Había una solución para evitar la degradación de la liza olímpica, y se encuentra más cercana a su domicilio de lo que usted cree. Al finalizar las competiciones de Barcelona'92, la revista global Time suplicó más que sugirió que la ciudad española se convirtiera en la sede a perpetuidad de las Olimpiadas. El semanario tenía razón, la brillantez de aquella cita no ha sido igualada. Los Juegos acaban en Barcelona'92.

La fijación barcelonesa restauraría a la antigua Olimpia. Por supuesto, escucho desde aquí el carraspeo de quienes no se atreven a expectorar que al nacionalismo catalán solo le faltaría el impulso de la competición de competiciones, pagada por el conjunto del Estado. En realidad, los soberanistas se muestran reacios a festejar la Barcelona olímpica, porque consideran que estaba poblada por una profusión de banderas españolas.

He escuchado a un pelotón independentista reprochando al inigualable Pasqual Maragall que mancillara Barcelona con los Juegos. Sin embargo, la sedimentación en la Ciudad Condal acumula ventajas. Nunca ha igualado España las 22 medallas allí obtenidas, 15 se consideran una cosecha digna en Río. Además, los metales extraídos en las sucesivas citas olímpicas se deben a mecanismos pulimentados en 1992, como los planes ADO o los centros de alto rendimiento.

Sin deslumbrar, España obtiene hoy más medallas que en una docena de citas de la edad dorada del olimpismo. El centenar de preseas -cuánto he suspirado por emplear este palabro- acumuladas desde Barcelona se deben a aquel empeño del entonces alcalde, y de un Felipe González que todavía no había sucumbido a los encantos del PP. Y si se necesita un argumento definitivo para reclamar la sede permanente, parece demostrado que ninguna otra ciudad española logrará este honor mientras Rajoy sea presidente.

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