La enésima muestra de talento y creatividad de uno de los directores más inteligentes y personales del Hollywood actual, Wes Anderson. Un auténtico todoterreno del séptimo arte que se mueve con igual facilidad y acierto en las películas de acción real y en las de animación. Prueba de ello es que entre las primeras, su filmografía incluye 'Los Tenenbaums', 'Viaje a Darjeeling', 'Moonrise Kingdom' y 'El Gran Hotel Budapest', y entre las segundas es responsable también de 'Fantástico Mr. Fox', una brillante pieza de estética y diseño.

Con 'Isla de Perros' vuelve por segunda vez al producto animado stop-motion, es decir, a la animación fotograma a fotograma, y lo hace con espléndidos resultados, con un estilo genuinamente suyo que se traduce en una cinta ingeniosa y absolutamente singular que obtuvo el Oso de Plata al mejor director en el Festival de Berlín.

Está ambientada en un futuro no demasiado lejano, cifrado en unos veinte años, y es una historia de amor a los animales, concretamente a los perros, y de condena de la intolerancia y de la crueldad con los animales. En este sentido, lo más llamativo no es solo la peculiaridad en la forma de vestir y de actuar de los personajes, sino el recurso a la cultura japonesa como instrumento esencial del entorno urbano y paisajístico. Una solución que enriquece de forma decisiva la impronta visual de las imágenes.

Dividida en varios capítulos, el primero de ellos, 'El pequeño piloto', sitúa al espectador en las auténticas coordenadas sociales y políticas. Resulta que en la isla de Megasaki el corrupto alcalde Kobayashi ha ordenado atrapar a toda la población canina, aprovechando una campaña de histeria colectiva contra las mascotas, para confinarla en la siniestra Isla Basura, donde sin duda morirán en última instancia por inanición.

En una situación tan límite y penosa, Atari, un niño de apenas doce años al que le han dejado sin su mascota, empeñado en evitar un hecho tan terrible, pilota su propia aeronave para impedir semejante suerte.