Busca el respaldo de una audiencia fiel en todas las circunstancias e imprevistos aliándose con los instrumentos que la serie ha sacado a la palestra en sus tres primeras entregas, hasta el extremo de que esta cuarta no deja de ser lo que suele definirse como un "más de lo mismo".

Es así como la saga 'Insidious' ha llegado a cumplir su octavo aniversario, puesto que nació en 2010, ante la sorpresa de los más escépticos que estaban convencidos que algo como esto no podía sobrevivir más allá, en el mejor de los casos, de la secuela. Porque, en definitiva, estamos ante unos productos mediocres ante los que solo cabe el pasar de largo. Únicamente los incondicionales de los sustos y de los planos impacto, en ambos casos absolutamente gratuitos, pueden sentirse satisfechos con lo que aparece en la pantalla.

Dirigida por un novato, Adam Robitel, que solo tenía en su haber un largometraje, Tha taking, que dirigió en 2014, y que no tenía conexión alguna con la serie, la película trata de rellenar los huecos de la trama global, valiéndose para ello de su inicial condición de precuela. De ahí que la primera media hora se remonte en el tiempo hasta la infancia de la protagonista, Elisa Rainier, para conocer a fondo los orígenes de sus poderes sobrenaturales. Vemos así cómo sufre los castigos de un padre cruel que la castiga encerrándola en un sótano sórdido y aterrador en el que, paradójicamente, se sedimentarán sus aptitudes parapsicológicas, que han sido el origen de su prestigio.

Con un salto en el tiempo de varias décadas, el momento presente toma cuerpo cuando sus servicios son requeridos para que regrese al que fue su siniestro hogar que, al parecer, sigue siendo un refugio recurrente de fantasmas y espectros. Ahora, eso sí, lo hace como mandan los tiempos, con la ayuda de un equipo de especialistas moderno que no es de cazafantasmas, pero sí de detectores de entes maléficos. Con un terreno prácticamente vedado a las novedades o a elementos originales, el contenido de la cinta solo pasa por valerse de forma regular de los consabidos impulsos terroríficos subrayados por una subida imprevista de una banda sonora chirriante. El menú de siempre para quienes son adictos a un miedo prefabricado.