Sorprende que haya encontrado un hueco, aunque haya sido muy reducido, para estrenarse en las pantallas porque, hay que reconocerlo, no tiene méritos para ello y muchas otras películas españolas de verdadero interés siguen durmiendo el sueño de los justos sin poder cumplir ese objetivo. La verdad es que es uno de esos largometrajes que no cumplen los requisitos mínimos para merecer tal distinción.

Y es que este octavo largometraje del realizador Martín Garrido Ramis es, por encima de todo, un espectáculo aburrido que demuestra un nivel cinematográfico ínfimo en lo que atañe a la dirección y que en el plano de la interpretación constituye un ejercicio colectivo y permanente de sobreactuación que impide siquiera al auditorio entrar en materia. Guionista, realizador y director de fotografía, emulando a Juan Palomo, Martín Garrrido demuestra que su trabajo no ha evolucionado con el paso de los años y que a pesar de que debutó en la dirección en 1981 con ´Qué puñetera Familia´ continúa sin controlar ninguno de los resortes fundamentales del cine. Algo que también sucedía en el resto de su obra, que acoge cosas tan infumables como ´El último penalti´, ´Mordiendo la vida´, ´El hijo bastardo de Dios´ y ´Turbulencia zombi´.

Por lo demás, el relato, con evidente influencia teatral, transcurre en dos escenarios de una pequeña localidad mediterránea, el salón de actos del colegio y el hotel en el que pernocta la compañía. Se han dado cita en este lugar porque han recibido financiación del gobierno autonómico para poner en escena una obra y para efectuar los ensayos previos. Va a ser una tarea dura y complicada y la tensión no tarda en tomar cuerpo. Sin omitir el intento de abusar de una de las jóvenes actrices por el propio director, un episodio desaprovechado por la atrofia dramática de lo que vemos. Solo un revelador detalle final y es que la interpretación es tan deficiente que el único que puede rescatarse de la debacle es un Fernando Esteso que, al menos, demuestra que es un verdadero profesional.