La séptima temporada de Juego de tronos arrancó con Dragonstone (Rocadragón), el primero de los siete capítulos que componen la penúltima temporada de la serie basada en los libros de George R.R. Martin.

Una entrega que, fundamentalmente, sirvió para colocar las piezas en el tablero de cara a las luchas venideras: la contienda que se avecina por el Trono de Hierro, con Daenerys y Cersei encabezando dos bandos que van ganando adeptos, y la Gran Guerra contra el Rey de la Noche y su espectral ejército, el gran enemigo que ocupa y preocupa a Jon Snow y sus vasallos del Norte.

Pero además, el capítulo dirigido por Jeremy Podeswa dejó claro que las mujeres son quienes marcan el paso en Poniente y regaló unos cuantos momentos que hicieron las delicias de los fans de la serie de HBO, como el musical y entrañable cameo de Ed Sheeran, otra gloriosa andanada de Lyanna Mormont, la tan esperada llegada de Daenerys y sus dragones a Poniente y, sobre todo, un memorable arranque protagonizado por Arya Stark.

Arya, el invierno llega a Los Gemelos

Antes incluso de que la deseada intro de Juego de tronos vuelva a sonar, el arranque de la séptima temporada nos lleva hasta Los Gemelos. Allí un extrañamente risueño (y más extrañamente vivo) Walder Frey que ofrece un nuevo banquete a sus hijos y nietos. No, no es un flashback. Es ella, Arya Stark que después de ajusticiar al ladino señor de los Gemelos cercenando su cuello tras hacerle comer un pastel hecho con la carne de dos de sus hijos, ha tomado 'prestada' la cara del difunto para seguir consumando, esta vez a lo grande, su venganza.

Así, y con el delicioso vino del Rejo como reclamo para los toscos Frey, Arya termina con toda una casa en un abrir y cerrar de ojos. No sin antes recordarles dos cosas: que siempre que haya un lobo con vida, las ovejas nunca podrán dormir tranquilas y que el Norte recuerda. Un prólogo brutal y, hay que reconocer, que el resto del capítulo no estuvo a la altura. Lo dicho, memorable.

Cersei, ¿una alianza desesperada?

En Desembarco del Rey, la reina Cersei es consciente de que lo más difícil no es llegar, sino mantenerse. Y más si se trata de el Trono de Hierro. Así, le hace ver a su hermanastro y antaño amante Jaime la cruda realidad: ellos dos son los únicos Lannister y los únicos que importan.

Rodeados de enemigos al Este (los Tyrell de Altojardín), al Oeste (de donde llegan Daenerys y sus dragones), al Sur (los Martell de Dorne) y al Norte (los Stark de Invernalia), la nueva reina de Poniente buscará aliados. Y entre sus reducidas opciones, el único que parece tener la fuerza y la falta de escrúpulos suficientes que necesita Cersei es Euron Greyjoy. Para poner al servicio de los Lannister sus mil barcos, Ojo de Cuervo pide la mano de Cersei, pero la leona no cederá sus favores sin una prueba de la lealtad de los Hijos del Hierro. Un "regalo" que Euron promete traerle pronto.

Meñique, bailando con lobos

Y en el Norte, el aclamado monarca Jon Snow comienza reinar. Una suerte, esta de mandar, en la que el bastardo se encuentra cada vez más cómodo hasta que su hermanastra, Sansa, cuestiona sus dictados ante sus vasallos. Y es que, aunque al final de la pasada temporada reconoció que no sabía mucho de estrategia militar, Sansa ha aprendido mucho en su tortuoso devenir por los diferentes reinos -y 'señores'- de Poniente, tal y como demostró en la guerra contra Ramsay.

Ella, con su llamada a Meñique y los Señores del Valle, fue quien rescató Invernalia de manos del sociópata y ahora reclama que su hermanastro cuente con su opinión a la hora de tomar sus decisiones. El problema es que uno cree que el único enemigo que importa es el que avanza más allá del Muro, mientras que la Stark ve en Cersei la gran y más inminente amenaza.

Y mientras los lobos se enseñan los dientes por ver quién guía la manada, Lord Baelish también muestra su dentadura, pero en una sonriente mueca de satisfacción. Su plan sigue adelante.

El Perro, un nuevo creyente

La primera entrega de esta nueva temporada también vuelve sobre los pasos de Sandor Clegane, cuyo camino transita ahora en la pintoresca compañía del muchas veces resucitado -demasiadas, según George R.R. Martin- Beric Dondarrin y Thoros de Myr. Será durante una parada en su camino cuando el sacerdote rojo le muestre en las llamas los designios de R'hllor.

El hasta entonces descreído Perro verá en el fuego el lugar por el que El Rey de la Noche y sus gélidas huestes tienen planeado flanquear el Muro: se trata de Guardiaoriente del Mar, uno de los castillos de la Guardia de la Noche ruinoso y abandonado hasta ahora. Y es que Jon Snow envía a Tormund y las fuerzas del Pueblo Libre a reforzar las maltrechas defensas orientales del Muro. "Parece que ahora nos hemos convertido en la Guardia de la noche", espeta el barbudo y socarrón 'Matagigantes'.

Sam, el dorado del vidriagon

En ese particular, la Gran Guerra contra el Invierno que es inminente. Se antoja fundamental los avances que Sam haga en la Ciudadela. Mientras pasa sus interminables jornadas como 'becario' de los maestres sirviendo comidas y limpiando letrinas, el amigo de Jon consigue a hurtadillas una información clave para las fuerzas de los vivos: hay una montaña de vidriagón -el único material que, junto con el acero valyrio, es capaz de acabar con los Caminantes Blancos- en Rocadragon.

Daenerys, 'targaryen homecoming'

Y allí es precisamente, en la isla volcánica que alberga la fortaleza ancestral de la Casa Targaryen, es donde termina este capítulo. En el lugar que le da título y al que -por fin- Daenerys llega con sus barcos, su séquito, sus inmaculados y sus tres dragones.

Tras un emotivo desembarco y una regia entrada en la que fuera su casa, la Madre de Dragones deja bien claro que lo que le interesa no es el trono de piedra que, vacío, allí le espera. Daenerys solo tiene un objetivo: El Trono de Hierro.

Y así se lo hace saber a su Mano, Tyrion Lannister. "¿Empezamos?", pregunta impaciente ante el inmenso mapa de Poniente tallado en madera que Aegon I mandó construir en la sala que se encuentra en lo alto de la Torre del Tambor de Piedra.