Consigue a duras penas el que es su principal objetivo, crear un clima apocalíptico que es fruto de la iniciativa de un peligroso demente empeñado en propagar un virus en el planeta que acabe con la mitad de la humanidad, evitando así el riesgo de una superpoblación que provoque una tragedia aún mayor.

Sin embargo, esta tercera entrega de las películas basadas en la serie de novelas de Dan Brown tampoco consigue, al igual que sucedía con las dos precedentes, 'El código Da Vinci' en 2006 y 'Ángeles y demonios' en 2009, captar en su auténtica dimensión esa angustiosa realidad que se cierne sobre el ser humano. Es consecuencia, sin duda, de la falta de pericia narrativa de un Ron Howard que no se mueve con la necesaria comodidad en el campo del thriller con connotaciones religiosas, algo que se deja sentir más de lo necesario. Tanto es así que la película atraviesa en su primera mitad por momentos poco inspirados que solo desaparecen en parte en una segunda que culmina con un desenlace decorado con la belleza y la suntuosidad de Estambul.

Respetando el esquema argumental de la trilogía, al menos hasta ahora, el director trata de llevar a cabo una combinación morbosa de elementos sacros y profanos, de modo que si en los títulos precedentes se recurría a Leonardo Da Vinci y su famoso Código, ahora le toca el turno a otro maestro renacentista italiano, Dante, que describió con una asombrosa literatura el Infierno que ilustró con su arte el genio de Botticelli. Es una forma de exprimir un filón que sigue dando mucho de sí y que ampara el lucimiento del profesor Robert Langdon, un catedrático de simbología que se encuentra en un trance muy delicado, ya que se ha despertado en un hospital de Florencia sin saber ni cómo ni por qué ha llegado allí. Angustiado, además, por alucinaciones y visiones terroríficas, se lanza frenético a la aventura de reconquistar su identidad. Eso sí, cuenta para ello con una ayuda inmejorable, la eficaz y atractiva Sienna Brooks.

Con dos horas de metraje que pesan más de lo debido y un Tom Hanks que tampoco tiene en esta interpretación una excusa para la satisfacción, lo que queda es un relato desigual que se pierde en ocasiones en un laberinto de peligros.