Se deja sentir la condición de debutante del director, al menos en el largometraje de ficción, ya que había probado suerte, con más de aceptable fortuna, en el documental con Barreiros, el Henry Ford español.

La falta de experiencia, en efecto, es un factor que emana de las imágenes, especialmente a la hora de definir a unos personajes complejos y en algún caso tortuoso que no adquiere la dimensión dramática idónea.

Simón Casal ha hecho un trabajo meritorio pero incompleto, que brilla más a la hora de recrear unos escenarios muy bien diseñados que cuando intenta acercarse a la intimidad de unos seres no siempre en su punto. Esta es una historia que podría calificarse de ficción pero sobre una base de realidad evidente. Nos lleva a la Galicia de 1944, cuando Europa está inmersa en la segunda guerra mundial y España trata de salir adelante en los terribles años de la posguerra civil.

La cámara se adentra en una mina de wolframio, un mineral enormemente valioso que se utiliza por los ejércitos combatientes en la fabricación de armas y de explosivos, en la que trabajan numerosos presos de nuestra contienda acogidos a la redención de pena por el trabajo. Es una vida dura y terrible en la que se ve envuelta Manuela, una mujer de enorme coraje pero misteriosa para sus conocidos a la que algunos tachan de bruja. Está aquí para lograr la ayuda que precisa su hija menor, gravemente enferma, y recibe el apoyo de su otra hija, la voluntariosa y madura Candela.

Ambas van a vivir con especial énfasis el conflicto que estalla en este entorno cuando llegan al mismo unos espías aliados y se las ven con el responsable nazi de la mina, encargado de evitar los sabotajes. El relato deriva hacia el drama, el romance y el heroísmo, situando a Manuela en el centro de una gran pasión y convirtiendo a Candela, la Schlinder española, en una heroína que salvó la vida de medio millar de judíos.