Es casi una fotocopia de la primera versión, Starbuck, que vimos en las pantallas españolas en 2012, entre otras cosas porque la ha dirige el mismo realizador, el canadiense Ken Scott, con el único propósito de explotar el mercado norteamericano (fruto de que la cinta previa se rodó en francés al filmarse en el Canadá francófono). El problema añadido es que no tiene aliciente alguno para quienes vieran el producto original y tampoco rezuma muchas virtudes para los que no lo conozcan, fruto de que los resultados son menos brillantes y más discutibles.

La presencia al frente del reparto de Vince Vaughn no es suficiente estímulo para mover al público y para compensar el toque aleccionador, demasiado forzado. Por eso su lanzamiento en nuestras pantallas ha sido muy tibio y con muy reducida respuesta en taquilla. Es verdad que la película parte de un supuesto improbable pero no descabellado, el hecho de que un individuo se convierta, fruto de haber sido habitual donante de esperma en un hospital, en padre de 533 hijos biológicos.

Esa no es la cuestión que mina los cimientos del producto, sino el cambio de actitud radical que se opera en el padre de tan descomunal familia, que le lleva, incluso, cuando más de cien de los hijos reclaman su derecho a conocerle, a interesarse muy seriamente por cada uno de ellos.

El asunto todavía es más inverosímil teniendo en cuenta que el retrato que se ha hecho del protagonista, David Wozniak, un carnicero de origen polaco afincado con su familia en Estados Unidos, es el típico de un hombre mediocre y nada responsable en el que ni siquiera confía su novia, una policía muy estable, cuando descubre que está embarazada. Lo que es obvio es que este remake efectuado con fines lucrativos es poco menos que una operación quirúrgica inútil e irrelevante sin capacidad de satisfacción. Una comedia romántica sosa y sólo con esporádicos aciertos.