El Pegaso estuvo hace un mes varado en el puerto de Palma. Se trata de un excepcional buque oceanográfico, que está entre los mayores (73,5 metros de eslora) y más caros del mundo. Necesitaba una serie de arreglos y atracó en Ciutat para las tareas de mantenimiento. Este no ha sido el único barco de lujo que ha visitado la bahía para ser reparado o remodelado. Antes lo hicieron el velero Hispania (que fue el barco de regatas de Alfonso XIII y data de 1909) o el superyate Bluebird, por citar dos ejemplos.

¿Qué es lo que atrae a estas joyas de la historia y de la ingeniería naval a un puerto tan pequeño como el de Palma? El nexo común es la empresa Astilleros de Mallorca. Su objetivo es recuperar el esplendor de una goleta o convertir un lanchón en un cómodo yate. En la compañía trabajan unas 85 personas, muchas de ellas de la isla. Según su director general, Diego Colón de Carvajal, el principal motivo por el que consiguen atraer a grandes barcos es "la experiencia".

Astilleros de Mallorca nació en 1942 en el barrio del Terreno y fue la única gran industria que hubo en la zona. Con los años, cambió de emplazamiento. El tráfico del paseo marítimo se paralizaba cada vez que llevaban un barco a la fábrica o lo devolvían a la mar. Ahora Mallorca se ha convertido en uno de los mayores centros de reparaciones de náutica deportiva de Europa. Para conseguir ese logro, el componente humano ha sido uno de los factores que les ha diferenciado de la competencia. "La mayoría de trabajadores comienzan y acaban aquí su carrera laboral", comenta Colón de Carvajal.

Gracias a su pasado como centro de construcción, los empleados conocían a la perfección los entresijos de las naves. Cuando en 1994 entregaron el último barco de factura propia y se dedicaron en exclusiva a remodelar yates, mantuvieron a los trabajadores. Los jóvenes que han ido contratando se han formado con la tradición de los constructores experimentados, explica el jefe. Además, como si se tratara del mercado futbolístico, también fichan a algunos profesionales consolidados del sector para reforzar la plantilla.

Rediseños personalizados

El trabajo del astillero comienza contactado con los clientes potenciales y organizando la agenda, porque no pueden trabajar con dos barcos grandes al mismo tiempo. Luego visitan el barco y hablar con el armador o el capitán para conocer los cambios que quieren hacer. Ahí entran el juego los arquitectos navales y los diseñadores. Estos servicios los tienen externalizados. "A lo mejor el dueño del barco tiene su propio decorador y no quiere el tuyo. Por eso ningún astillero tiene a ese personal en su plantilla", razona Colón de Carvajal.

Las gestiones las llevan a cabo los responsables de proyecto. Antonio Moncada es el jefe del área y lleva unos 25 años en el negocio. "Muchas empresas que ahora se dedican a reformar barcos no tienen el feeling de la construcción naval. No es lo mismo montar un aire acondicionado en un hotel o en un yate, porque hay que aprovechar mejor espacio y el mantenimiento debe ser más fácil", comenta el ingeniero.

Su tarea es muy personalizada, porque "nadie quiere un barco de lujo que sea igual a otro", afirma el director general. Por eso lo hacen todo a medida. Riccardo Peirano es otro de los jefes de proyecto de la empresa mallorquina. Atesora experiencia en la marina militar, pero asegura que en el mundo de las embarcaciones de recreo hay que mantener otra actitud. "No estás haciendo una fragata. Remodelar un barco es algo emocional. Tienes que meterte en la piel del cliente y conseguir que se ilusione cuando use por primera vez su jacuzzi de la cubierta con agua caliente y luces de colores", explica el italiano.

Muchas veces deben lidiar con peticiones extravagantes, como instalar una chimenea dentro de una lancha o crear una plataforma de baño retráctil integrada en la propia cubierta. Con el diseño realizado por los ingenieros, entra en juego el personal de los talleres. Hay personal específico para madera, metal, sistemas eléctricos o tuberías.

Xisco Lobo es el responsable de la fábrica de piezas metálicas. Empezó como aprendiz con 16 años. Ahora tiene 35 y recuerda que no han cambiado la forma detallista de trabajar. "Nos suelen pedir muchas filigranas", dice. Algunas piezas les llevan horas; para otras tardan días. Se encargan de realizar desde los pomos de las puertas hasta las escaleras del barco, pasando por las barandillas o los herrajes de la cubierta. "La mayor virguería que hemos diseñado fue una mesa basculante que siempre está a nivel", de forma que, por más que se incline el barco, la mesa permanecerá recta. "Al principio alucinaba con lo que se llega a gastar la gente en una reforma de un barco, pero al final te acostumbras", explica.

Más extranjeros que locales

El director general Colón de Carvajal resalta que todo el empleo que generan es cualificado y, sobre todo, en temporada baja. Según sus datos, reforman unos 120 barcos al año. La mayoría de clientes con los que tratan son "extranjeros en un 98%". "Nuestra competencia no está en Palma, sino en Holanda, Francia, Italia o Florida", agrega el jefe.

Cuentan con la ventaja de que un porcentaje alto de clientes es fiel al astillero. Colón de Carvajal afirma que nada garantiza que vayan a seguir teniendo trabajo, pero el atractivo que despierta Mallorca entre los armadores de barcos lujosos e históricos es una señal de que la isla es puntera en el sector de los superyates.