­Para las generaciones más tiernas, el edificio Firestone siempre fue una memorable construcción abandonada a la que le inventábamos historias. Sin embargo, para gran parte de los palmesanos, el inmueble de la calle Ramón y Cajal siempre fue un taller mecánico y de neumáticos de dicha firma, hasta que a finales de los ochenta cerró sus puertas a cal y canto hasta el día de hoy. Las nuevas historias que sucedan a partir de ahora en este edificio fantasma -repleto de carteles encolados, con las barreras antiguas bajadas y con algunos tags de grafiteros realizados a golpe de spray- las relatarán los artistas que comenzarán a pasar por él. ¿Cómo? El salvoconducto es Juan Antonio Horrach Moyà. El galerista acaba de reconvertir los 1.500 metros cuadrados de la edificación en un centro de producción y de residencia de creadores contemporáneos ligados a su espacio de la plaza Drassanes. Veinticinco años -aproximadamente- después de su cierre, DIARIO de MALLORCA recorre en primicia las entrañas de la Firestone, un espacio congelado en el tiempo donde crear y observar arte contemporáneo se convierte en algo inaudito y único en Ciutat, una observación similar que sólo puede darse en las grandes fábricas industriales reconvertidas en centros culturales. Un hecho que de momento es habitual en las grandes metrópolis del mundo.

Horrach Moyà abre la gruesa puerta metálica del taller para ingresar en una suerte de descansillo donde residen varios pilones de revistas de moda, con las que Susy Gómez -la artista que estrena el nuevo proyecto del galerista- realizará una pieza. Este primer detalle -encontrarse en el recorrido con materiales que luego conformarán una obra de arte- no es baladí sino que juega un papel fundamental en esta suerte de fábrica de arte, en la que los coleccionistas e interesados podrán no sólo ver piezas terminadas sino también sus procesos y desarrollos. "Esto amplía el concepto y la manera tradicional de contemplar arte en la galería de toda la vida", considera Horrach, "completa la visión que pueda tenerse de un artista porque, además de verle trabajando, el propio espacio -diáfano, amplísimo, industrial, como un taller con trasiego de herramientas- da lugar a que se produzcan piezas más arriesgadas y mucho menos comerciales", asegura. Y así es, entramos en la gran nave y nos vemos afectados por el síndrome de Stendhal. Impresionante.

Los significados que genera este espacio respecto al arte contemporáneo se amplían también en otro sentido, relata Horrach: sobre todo desde el momento en que también se utiliza como lugar de almacenaje temporal de la galería principal y de preparación de exposiciones, una suerte de espacio en tránsito, como el vientre de la ballena o una fábrica infatigable de productos antes de llegar al consumidor. Esto es, la Firestone es la trastienda, las entretelas de un centro artístico que convierte el work in progress en "una nueva experiencia para el coleccionista y el espectador de las obras", señala el galerista, que ha mantenido el estado original del taller, de cuya mínima intervención y rehabilitación se ha ocupado su hermana, la interiorista Antònia Maria Horrach, quien ha potenciado la austeridad del espacio.

Los carteles, pósters y toda la señalética original entran en diálogo con las piezas que ha preparado Susy Gómez, "cargándolas de nuevos significados". La muestra -workshop- que ahora defiende la artista mallorquina en el taller -Ejercicio de retrospección- podrá visitarse hasta el próximo 20 de enero. Ese mismo mes, entrará a trabajar en el espacio el creador guatemalteco Aníbal López, quien simultáneamente inaugurará exposición en el nuevo centro de Horrach Moyà, "también un modelo de galería distinto". "Las obras que realice aquí, más arriesgadas y con menos limitaciones, completarán y entrarán en diálogo sin duda con las que se expongan en plaza Drassanes", observa. Asimismo, el galerista calcula que el tiempo de estancia de cada uno de los artistas en la Firestone alcanzaría aproximadamente un mes, más otros dos de exposición de las piezas trabajadas in situ.

Después de atravesar -literalmente- las monumentales obras de Susy Gómez, la artista sube por unas escaleras que conducen a su taller, en el que se instaló hace un año. Ventanales que miran a la calle Ramón y Cajal. La artista posa sentada sobre unos radiadores en desuso. Esta primera planta es como transitar por su cabeza, sus preocupaciones, en definitiva, su identidad. Es su espacio de introspección personal repartido en varias salas. En una de ellas, Gómez lleva a cabo los trabajos de relaciones interpersonales; en otro cuarto, está todo su bagaje emocional. Y en otro recodo, su librería, sus lecturas compañeras. Ahora es cuando el espectador comprende perfectamente la biología de la mirada de Susy, qué temas se cuestiona y a partir de qué objetos trabaja.

De nuevo abajo, en lo que fue un día garaje de coches, Juan Antonio Horrach comenta el proyecto de hotel que su familia (propietaria de la cadena HM Hotels) anunció en 2004 que levantaría. "Es una propuesta que no está descartada del todo, puede que en un futuro esto llegue a ser un hotel", explicó, "mientras, el tiempo -y por qué no, los tiempos que corren- ha jugado a favor para que se quede tal y como fue concebido". Un jugoso local que los Horrach compraron en 1988 y que siempre se han reservado -e indirectamente protegido de grandes cadenas y multinacionales-. Un espacio que ahora han entregado a los artistas para que éstos cuenten sus propias historias, sus interpretaciones de la realidad para que los espectadores y ciudadanos se reflejen en ellas. Una fábrica de arte que también repara. Conciencias, algunas parcheadas como los neumáticos.