En los estertores del zapaterismo, los grandes hoteleros asistieron a una cumbre en el ministerio del ramo con Miguel Sebastián. Los empresarios anunciaron solemnemente al ministro que el turismo de sol y playa había muerto en España, por lo que dejaban de invertir en el sector. Desde ese preciso instante se recrudecieron las oleadas masivas hacia la costa, con Mallorca en ariete de las corrientes migratorias. La ignorancia de los gigantes turísticos sobre la industria que congestionan mejor que gestionan no es el único colofón de este párrafo.

El precipitado entierro del turismo de masas descuidó el cultivo de vacunas contra su aceleración salvaje. En la descripción de locales de moda, sobresale la categoría de "los sitios donde no va nadie porque siempre están llenos". Mallorca fue concebida como una ONG paisajística, en la que debía veranear el planeta entero. Ahí están los datos de ocupación costera inverosímiles en una isla, además de la cuota irracional de diez visitantes por habitante. El panorama se complica con la denigrante política excrementicia de Costas, al multiplicar las licencias de chiringuitos infectos que ninguna comunidad aceptaría en el vecindario.

La saturación costera multiplica las molestias sin mejorar la rentabilidad, porque ahuyenta al viajero de calidad. Nadie va a los sitios donde va todo el mundo, si puede permitírselo. Mallorca sigue buscando las características y precio del turista ideal. La Universitat no ha logrado determinarlos, pese a haber desarrollado mecanismos muy precisos para falsear los datos de gasto turístico, según la orientación del Govern de turno.

Malvender el paraíso es un crimen más punible que maltratarlo. El modelo a dos velocidades, con turistas que pagan diez veces más que otros por el acceso a una misma línea costera, aplastará una de las variantes. No resulta difícil averiguar la perdedora, dada la fragilidad comparada entre ambas. La calidad ya no es una opción, porque Mallorca ha desbordado su capacidad de carga.

Un Govern incapaz de remodelar una manzana de la Playa de Palma, tampoco podrá afrontar la reconversión turística. La saturación de Mallorca se refleja en que nunca se había atacado con tanta saña desde el exterior, en decenas de reportajes, el deterioro de una isla sobrecargada, cuyas contrapartidas amenazan con igualar a sus virtudes. Eivissa neutraliza los riesgos con imaginación, un vicio que nunca ha destacado en las propuestas mallorquinas.