Imagínense un sábado por la tarde cualquiera. Pasean junto al bar de la esquina de su casa. Una madre con su hijo, sentada en la terraza de la cafetería, conversa animadamente con otra amiga. Entretanto, el pequeñuelo se entretiene deliciosamente con el móvil de cualquiera de las dos, o bien con la tableta. ¿A que les resulta familiar la estampa? Lo cierto es que es más común de lo que los lectores se imaginan, a tenor de la acelerada e impasible evolución de las nuevas tecnologías en el siglo presente. Sin embargo, el antiguo debate surgido en los comienzos de la era digital se reaviva en la actualidad por cuánto los infantes comienzan a demostrar unas habilidades innatas para el manejo y uso de éstos dispositivos. DIARIO de MALLORCA ha querido consultar a diferentes expertos de la isla hasta qué punto es bueno su utilización, a tan temprana edad, y si el uso (o abuso) de los dispositivos tecnológicos no pudiera provocar una nueva generación de screenagers o lo que es peor, implantar en España la llamada bed room culture (cultura del dormitorio).

Los términos anteriores se refieren a estudios internacionales que tratan de arrojar un poco de luz ante un fenómeno preocupante en países cuya penetración de las nuevas tecnologías es mayor que en España: generaciones de niños y adolescentes que pasan muchas horas pegados a las pantallas -de ahí screen (pantalla) y teenager (adolescente) acuñado por Douglas Rushkoff en Playing the future: What we can learn from digital kids- y en muchos casos completamente aislados en su dormitorio, actuando de manera autosuficiente, comiendo, jugando a juegos de rol en su ordenador y sin comunicarse en absoluto con la familia. Esto ya está ocurriendo en países como Japón, asegura la catedrática en psicología social de la UIB Antònia Manassero.

¿Supone entonces el uso de aparatos tecnológicos un alto riesgo de aislamiento? Depende, fundamentalmente, de la capacidad crítica con la que se utilicen. "Para mí es un factor de socialización. Yo he visto como generaciones de niños de entre 4 y 12 años, que nunca se hubieran sentado a jugar juntos, lo hacían gracias a una aplicación compartida en sus tabletas", opina uno de los miembros de la Asociación de Empresarios de Nuevas Tecnologías de Balears. Existen numerosos estudios que discuten y se posicionan como detractores y defensores de ambas teorías, aunque parece que sí que existe un consenso generalizado acerca de sus ventajas como "herramienta de aprendizaje", opina Domingo Sanz, director general de la empresa mallorquina Pipo, especialista en la creación de aplicaciones educativas para niños. Lo que ocurre es que el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) entre los más pequeños supone una responsabilidad mayor de control porque se trata de los miembros "más débiles de la sociedad" y que carecen de los recursos necesarios para alejarse de los agresivos inputs que el mercado de consumo les lanza indiscriminadamente. "Las nuevas tecnologías permiten todo tipo de actuaciones que hacen al usuario un ser indefenso", sostiene.

Cambio en las relaciones

Con las opiniones dividas, existen expertos como Fernando Davara, miembro del Consejo Asesor en Cluster TIC de Seguridad y Confianza de la Comunidad de Madrid , que publican numerosos artículos en los que hablan de estas mismas separatas. También hay padres, docentes e investigadores que sí que afirman que las nuevas tecnologías cambian las relaciones sociales, pudiendo llegar a provocar que los niños y adolescentes sólo sepan comunicarse "mediante correo electrónico, mensajería o móvil". Luego están los que ven la parte positiva de acceder a "un amplio abanico de contactos", o llegar a establecer relación "con personas que hacía mucho tiempo que no localizaban" e incluso nuevas, "con las que compartes intereses", añade esto último la psicóloga Manassero.

Lo que está claro es que las nuevas tecnologías no se deben demonizar. Y menos porque se trate de un soporte irresistiblemente tentador para los niños. El profesor de la Universidad Internacional de Cataluña, Ignasi de Bofarull, publicó un libro llamado Enganchados a las pantallas (Editorial Planeta, 2002) en el que habla de un uso racional de los nuevos medios. Una utilización "sobria" de los recursos de la era digital. En él y en otros artículos publicados se explica que a pesar de lo atractivo de los juegos que puedan albergar estos aparatos, y a pesar de la posibilidad de acabar siendo engullido por la Realidad Virtual, no se debe olvidar que en sí mismas, las nuevas tecnologías son neutrales: "Ni positivas ni negativas. Todo dependerá del uso que se haga". De ahí la necesidad de una mayor fiscalización por parte de los progenitores y la comunidad educativa.

Así pues, asumido el hecho de estar viviendo una era tecnológica que está omnipresente en la vida diaria y de la que "no se puede ir contracorriente", queda por pensar que lo lógico es sumarse al tren de sus posibilidades como refuerzo educativo en las escuelas. Es por esto que el Sindicato de Educación en Balears STEI-I asegura que ya quedan "muy pocas aulas" que no dispongan de pizarras digitales, portátiles o video-proyectores. Y su implantación en los cursos infantiles se ve como una manera de ir "familiarizando" al niño en la idea de que no sólo sirven como ocio, tambien "para adquirir conocimientos".

Luego está el "grado de adicción" y de "valor educativo" que contiene la aplicación. Una decisión "absolutamente empresarial" que hará que la experiencia sea positiva o negativa: "Los profesores son nuestros mayores prescriptores. De entre más de 5.000 juegos que tenemos los hay con mayor o menor grado de adicción, pero todos poseen un objetivo de aprendizaje", señala Sanz, a lo que confiesa que "el componente educativo no es el mayor negocio de este tipo de empresas".

La cultura del aprendizaje

Incidir en la cultura del aprendizaje se convierte pues en la premisa de las escuelas como el Colegio Luis Vives de Palma, que buscan mediante la formación en TIC de sus docentes y la implantación de las plataformas de comunicación online -Alexia para padres o Moodle para alumnos- aprovechar "la parte positiva" que existe en la era digital.

Sin embargo, ninguno de los consultados se opone a la idea de una posible generación de aislados. "Todo tiene una cara A y una B", afirma Manassero. Y de la misma manera que la energía atómica es capaz "de matar", también lo es de curar un cáncer.

La cruz del debate la encontraríamos, por ejemplo, en la metáfora que la psicóloga interpreta en la imagen corporativa de Twitter -un huevo-. "El usuario ve en la pantalla un mecanismo de protección, de anonimato, que diluye además la responsabilidad de lo que se dice o publica", asegura. De la misma manera en que los grupos sociales el ser individual se hace más fuerte, ocurre parecido en el caso de las redes sociales.

¿Realmente se puede desarrolar una dependencia? La respuesta es sí. Pero no hay que alarmarse si uno es consciente de donde están los límites y las posibilidades. Al respecto, la psicóloga Manassero asegura que se ha comprobado como el patrón de los roles que se establecen en una comunicación "cara a cara" es bastante similar de los que surgen en los juegos de rol o comunidades virtuales. Al constituirse, se genera una "norma grupal" que suele mantenerse a lo largo de tiempo, guiando a sus integrantes.

¿Dónde están los límites? Probablemente donde los establezcan la comunidad educativa y los progenitores, que son, en primera instancia, quienes pueden y deber compartir más de cerca la afición a la red de sus hijos, en un intento de no agrandar más la ciberfractura generacional. Hablar su lenguaje, y enseñarle a hablarlo.