Un chico de 21 años fue detenido en octubre cuando se disponía, según la Policía, a sembrar el campus de la Universidad de bombas caseras y reproducir una matanza indiscriminada al estilo de las que se han sucedido en Estados Unidos. Unas semanas después la Policía Local arrestó a cuatro jóvenes que una noche, de regreso a sus casas en la barriada de Santa Catalina, dejaron un reguero de destrucción quemando papeleras y rompiendo cristales. Hace poco fue detenida una banda de menores que robaba pulseras y colgantes a mujeres en la calle con gran violencia. Son episodios de un fenómeno mayor y que ha adquirido una especial relevancia en los últimos años, delitos violentos cometidos por personas muy jóvenes. El caso más relevante en las islas fue la muerte de Eusebio Ebulabate, asesinado a puñaladas en diciembre de 2007 en plena calle Blanquerna. La víctima tenía 17 años; sus asesinos, 15 y 17. El móvil: pertenecían a bandas distintas. ¿A qué se debe esta explosión de violencia entre menores?

“Estos episodios están relacionados con la pérdida de valores y la exposición a una información para la que no están preparados”, apunta la pedagoga Marta Escoda. “Es importante mejorar la educación afectiva y sexual por parte de la familia y la escuela, desde infantil a secundaria, trabajar en la resolución de conflictos e inculcar valores”.

Escoda trabaja como orientadora en el instituto Mossen Alcover de Manacor y da clases sobre convivencia escolar, delincuencia juvenil e inadaptación social en la facultad de Trabajo Social, en la Universidad de les Illes Balears Pero no habla solo como teórica. Durante diez años ejerció como educadora en es Pinaret, el centro cerrado donde cumplen medidas judiciales los mejores implicados en los delitos más graves y ha conocido de cerca a algunos de esos adolescentes.

Los centros de es Pinaret, donde hay unos sesenta chicos, y es Fusteret, con otros doce, albergan a los menores contra los que se han dictado medidas judiciales de internamiento en régimen cerrado o semiabierto. Se trata de chicos de entre 14 y 18 años -los menores de 14 son por ley inimputables-. Aunque pueden estar internados hasta los 21 años, algunos van a la prisión cuando cumplen los 18, en función de lo que determine el juez.

La mayoría de los menores internados en estos centros han cometido delitos contra la propiedad, aunque también se dan muchos casos de indisciplina, como el quebrantamiento del régimen abierto que les lleva a sanciones más rigurosas. Los casos de agresiones en el seno de la familia o violencia de género entre menores son más escasos, aunque han sufrido un incremento notable en los últimos años.

Javier Torres, psicólogo forense y decano del Colegio de Psicólogos de Balears destaca que, más que un incremento en el número, se ha detectado un descenso de las edades de los menores que protagonizan estos actos violentos. “Si antes nos encontrábamos con jóvenes de 16 y 17 años, ahora no es raro que los implicados tengan 14 o 15 años”. Torres coincide en señalar las causas de la violencia entre adolescentes en un “cúmulo de factores, como la falta de valores, la crisis económica, deficiencias en la educación y la pérdida de expectativas de futuro”.

Escoda ha detectado una relación entre la crisis económica y las agresiones de menores en el seno de la familia. “Que no siempre es violencia física”, prosigue la pedagoga. “A veces son amenazas, gritos o romper cosas en la casa”. Estos casos están relacionados con el “síndrome del niño tirano”. Se trata de menores que, en tiempos de bonanza, estaban acostumbrados a tenerlo todo, a los que se decía siempre que sí, sin que se les pusieran unos límites. “Ahora, con la crisis, muchos padres han visto bajar su nivel económico, no les pueden dar a los hijos todo lo que piden, y estos chicos no están acostumbrados a la frustración y responden con violencia.”

Exceso de información

Hay otros factores que influyen, como las nuevas tecnologías. “El ambiente en el que crecen estos jóvenes ha cambiado muy deprisa”, apunta Escoda. “Hay riesgos que antes no teníamos y un exceso de información tremendo”.

Las herramientas tecnológicas han influido en los casos de acoso. “Con los nuevos canales todo se magnifica”, prosigue la pedagoga. “En los chats resulta muy fácil insultar y hay una sensación de impunidad. Antes, cuando unos se peleaban o se insultaban en la escuela, lo presenciaban los chicos que había en el patio. Ahora su repercusión se extiende, hasta llegar a colgar en Internet los vídeos de una agresión. En los últimos casos de acoso que hemos tenido, siempre estaba Facebook por medio”.

La educadora destaca también que los menores tienen actualmente un exceso de información. “Los niños tienen acceso a una gran cantidad de información, muchas veces sin filtrar. Por ejemplo, entre las causas del aumento de las agresiones sexuales entre menores estaría el acceso a páginas pornográficas en Internet. Los padres tenemos que tener mucho cuidado con eso”.

Tampoco es desdeñable la influencia de determinados videojuegos. Escoda destaca que nadie respeta las edades recomendadas de los usuarios. “Hay niños de doce años enganchados a juegos para mayores de dieciocho. Los niños quieren experimentar, y todo esto tiene un efecto de imitación”.

Consumo de drogas

Las drogas también suponen un factor a tener en cuenta. En los últimos años ha bajado la edad de iniciación al consumo, con casos de niños de trece y catorce años que fuman sus primeros porros. Para Escoda, este fenómeno se ha visto favorecido por la reforma educativa, que hace que vayan juntos al instituto niños de doce años con chicos mayores.

En el caso de los menores, el consumo de drogas sería un factor de predisposición a la violencia, al igual que el alcohol con los maltratadores. “Aquí nos encontramos con una paradoja”, explica la educadora. “Y es que estos jóvenes, con un exceso de información en muchos aspectos, tienen grandes carencias de conocimiento sobre los riesgos y los problemas de salud mental que conlleva el consumo de droga”.

Se trata de factores de riesgo, influencias a tener en cuenta que antes no existían, pero por lo general en los casos conflictivos confluyen otras características, como provenir de una familia desestructurada y la desatención en la escuela. “Porque es fundamentalmente en la familia y en la escuela donde te enseñan a evitar estos riesgos”.

¿Y cómo se interviene? En los casos de acoso es importantísimo que existan medios de actuación en las escuelas. Escoda defiende las técnicas no culpabilizadoras, que pasan por reparar el daño que se ha causado. Los educadores deberían fomentar valores como la empatía, la expresión de los sentimientos. Alerta también sobre las víctimas-agresores, chicos que han sufrido abusos cuando son pequeños y luego repiten la conducta. “Es esencial romper esta dinámica”, afirma Escoda.

En el mismo sentido se manifiesta Javier Torres. “Es necesario educar en valores: fomentar el altruismo, el compañerismo, el respeto a los demás. Hay que favorecer que los adolescentes crezcan en un contexto normalizado”. Y para ello insiste en que hay dos pilares fundamentales: la familia y la escuela. “Hace años que los adolescentes crecen bajo el peso de la competitividad, de la ley del más fuerte”, prosigue Torres. “La competitividad está bien si no supone una merma de estos valores. Igual que se dan charlas a los menores para prevenirles sobre el consumo de droga o sobre educación sexual, se les debería prevenir frente a la violencia”.

Marta Escoda destaca la importancia de los programas de mediación. “En es Pinaret cogimos a los niños delincuentes y les convertimos en mediadores de conflictos, y funcionaba. Para frenar la violencia hay que educar para convivir”, continua Escoda. “Tenemos las claves, porque identificando los factores de riesgo podemos poner en marcha las medidas de protección. ¿Cómo podemos decir que un menor es irrecuperable? Yo soy optimista, porque he visto que es posible romper esa dinámica”.