El pase por los juzgados de Jaume Matas en sus múltiples casos de corrupción nos dejó para el recuerdo su ya famoso ´hágase´. El expresidente del Govern se caracterizó por descargar cualquier responsabilidad penal sobre sus subordinados: él solo daba las órdenes políticas, los que estaban por debajo las ejecutaban, por lo que ellos eran en todo caso los únicos autores de las irregularidades.
"Yo como consellera no entraba en los detalles de cómo se contrataban cuestiones inferiores a 500.000 euros", arguyó ayer Ruth Mateu en su enérgica defensa. Al más puro estilo Matas, la extitular de Cultura del Govern se desmarcó de los dos contratos de su departamento al exjefe de campaña de Més. Cuesta creer que la exconsellera desconociera las dos adjudicaciones a dedo al gurú electoral de su partido, máxime cuando en el momento en que saltó el escándalo destacados compañeros de siglas admitían en privado todo lo contrario. Precisamente, le reprochaban que hubiera restado importancia política a haber encargado trabajos a Jaume Garau.
Dentro del guion previsto, delante del juez los tres imputados marcan distancias con el principal acusado. Ninguno dice tener una relación de amistad con Garau, ni siquiera lo consideran un conocido. La estrategia exculpatoria común llega al extremo de que los acusados Ruth Mateu y Pep Ramon Cerdà utilizan la misma expresión: "Se hizo una bola". Efectivamente, solo que no en la dirección que señalan.
De no haber aflorado el caso, las empresas del asesor de Més acumularían hoy muchos más contratos que los facturados. La bola iba agigantándose.
La unanimidad de los tres imputados nos deja sin embargo sonadas discrepancias. Jaume Gomila desmiente a su antigua jefa, y declara que ella estaba al tanto de todo. Y Cerdà dice que se limitó a elegir la mejor oferta económica, pero que quien invitó a las empresas para que presentaran ofertas fue Gomila, que lo deja en el aire. Nada que no hayamos visto antes.
