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Opinión

Hoteles por las nubes

Hubiesen podido ganar aún más y lamentaban ese hecho como pérdida irrecuperable

Hoteles por las nubes

Recuerdo una sobremesa, hace años, en casa de unos amigos entrañables míos en Ca´n Picafort, con varios hoteleros presentes. Todos ellos declaraban haber perdido dinero en sus negocios, cosa que me extrañó porque estábamos en un año quizá no de vacas gordas pero lo bastante rollizas al menos como para que temporada turística pudiera calificarse de aceptable. Al cabo, entendí que su concepto de pérdidas y ganancias no se refería a balances netos. Sus quejas por el resultado empresarial se referían a que, al no haber estado los hoteles llenos todo el tiempo, se quedaron sin los ingresos correspondientes a las habitaciones vacías. Dicho de otro modo, hubiesen podido ganar aún más y lamentaban ese hecho como pérdida irrecuperable. Les sucedía como a un compañero de estudios en la universidad que jugaba al póker y apuntaba sólo las apuestas perdidas. Hecho todo lágrimas.

Desde los tiempos de Adam Smith se sabe que el mercado se regula por sí mismo, sin necesidad de mano negra alguna que fije los precios porque otra mano, invisible esta vez, se encarga de ello. Esa mano oculta se llama mecanismo de la oferta y la demanda. El reportaje de esta página sobre los precios que están pagando los inversores por los hoteles que compran en la isla lo pone de manifiesto: las cantidades desorbitadas, de más de un cuarto de millón de euros por habitación, indican que la demanda es mucha y supera de lejos la oferta de establecimientos en venta. Cuando sucede eso, los precios se disparan, como es natural, y si la subida se mantiene contra rayos y truenos aparece lo que se llama una burbuja. La burbuja inmobiliaria que sufrimos en España hace cosa de una década agravó de manera considerable la crisis económica que afectó de manera global a las economías desarrolladas —las que no lo son cuentan con una crisis permanente— y de la que costó salir tanto que ni siquiera ahora, con la recuperación económica que indican hechos como el que se comenta aquí, ha alcanzado los bolsillos de todos los ciudadanos. El principal argumento que esgrimió el ministro de Hacienda en favor de los presupuestos del Estado de 2018 es que buscan extender los beneficios de la recuperación a los sectores más vulnerables.

Pero todo el armatoste, desde la percepción de los pensionistas y los beneficiarios (¿) de los contratos laborales basura a las quejas aquellas de los hoteleros en Ca´n Picafort, se fundamenta en constructos mentales. Igual que los anhelos de quienes compran hoteles con los precios por las nubes. Varios de los últimos premios Nobel de economía han sido concedidos a investigadores capaces de entender que la emoción es una variable clave en el funcionamiento del mercado. Explica desde las burbujas y los desplomes en Bolsa hasta los resultados de experimentos de conducta que contradicen la idea de que los seres humanos somos personas racionales que deciden en función de sus intereses económicos reales, no imaginarios. Hace tiempo que intuíamos que no somos así pero tienen que llegar los tiempos de la locura para que las pruebas nos hagan constatarlo. Doscientos sesenta mil euros por habitación implican, para poder sacar una rentabilidad de un 3 por ciento, que se han de obtener casi 8.000 euros al año por cada cuarto disponible. No es ni mucho menos imposible siempre, eso sí, que se llenen todos ellos todo el tiempo. Y, si no, a quejarse.

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