Mallorca cuenta con alrededor de 2.500 horas de sol al año y un territorio limitado que solo da lugar distancias cortas. Dos singularidades que convierten a la isla en un escenario idóneo para conducir un vehículo eléctrico o iluminar un hogar con energía solar.

La ley de Cambio Climático que ultima el Govern balear prohibirá la venta de vehículos diésel a partir de 2025 y de gasolina en 2035. Y desde 2019 todas las nuevas construcciones en suelo rústico que no sean de uso agrario deberán autoabastecerse solo con energías renovables. Sin embargo, son cada vez más los ciudadanos que han decidido adoptar un estilo de vida sostenible anticipándose varios años a la entrada en vigor de la normativa.

Pedro Forteza es un pionero. Hace una década decidió invertir en una instalación fotovoltaica en su vivienda de cien metros cuadrados en el municipio de Llucmajor para consumir exclusivamente energía solar. La instalación de catorce placas, un inversor, un maximizador, doce baterías y un grupo electrógeno de apoyo le costó 35.000 euros.

"Hoy algo parecido costaría unos 13.500 euros, se han abaratado mucho los precios", afirma Forteza, encantado del camino que empezó a transitar tiempo atrás. En la vivienda viven tres personas. "Tenemos potencia más que suficiente, pero tienes que acostumbrarte a no tener cuatro cosas funcionando a la vez. La gran ventaja es que durante una década no he pagado un solo recibo de la luz. Cuando vinimos aquí Endesa me pedía diez millones de pesetas de un transformador, más la red. Así que pagas tú la instalación y al cabo de un tiempo es propiedad de ellos. Hice números y lo tuve claro", subraya.

Forteza destierra un viejo prejuicio asociado a las placas solares. ". Esta instalación aguanta perfectamente tres días sin sol. Las baterías almacenan la energía y, cuando en invierno tienes una semana nublada, conecto el grupo electrógeno que tenemos como apoyo", destaca.

"No contaminas y llevas una vida sostenible. Al principio me sentía un 'rara avis', y el servicio era malo porque había pocas empresas. Pero esto ha evolucionado mucho, la gente se está concienciando y hay muchos instaladores. Antes parecía algo restringido a unas élites, pero la gente se está dando cuenta de que vivir así es absolutamente viable", relata.

Invertir en placas fotovoltaicas disuade a muchos. Pese a todo, los expertos coinciden en que a la larga 'enchufarse' al sol sale más barato que tener una instalación convencional. "Ya estamos en lo que nosotros llamamos paridad de red", explica David Gimeno, secretario técnico de la Asociación de Empresarios de Instalaciones Eléctricas y de Telecomunicaciones de Mallorca (Asinem).

"El coste de la electricidad de factura es prácticamente el mismo que el de instalar placas, con la diferencia de que a la larga lo amortizas. A nivel de autoconsumo se están consiguiendo amortizaciones en siete u ocho años. Y eso sin saber cómo se comportará el precio de la electricidad, que no hace más que subir", valora.

Lo que antes era patrimonio de una minoría empieza a tener una demanda muy significativa. Particularmente entre los extranjeros que compran o reforman una casa en rústico y que, salvo excepciones, piden una instalación fotovoltaica para rentabilizar las horas de sol que se les niega en sus países de origen.

"En el último año cada vez son más los instaladores que nos llaman porque tienen clientes que quieren placas y nos piden asesoramiento. Aumenta la demanda porque hay más concienciación, independientemente del coste. Hay personas cuya prioridad es llevar una vida sostenible al margen del dinero", sostiene el secretario técnico de Asinem.

También gana protagonismo, poco a poco, el coche eléctrico, que en Balears no llega todavía al 2% del total. La ley de Cambio Climático y las restricciones que prevé a medio plazo para los vehículos diésel y de gasolina debería ser un acicate para acelerar la reconversión. El objetivo es que en 2050 no circule por las carreteras de las islas ni un solo vehículo con motor de combustión.

A día de hoy estos prototipos plantean dos grandes barreras contra las que chocan muchos usuarios: el precio y la escasez de puntos de recarga públicos. Otros sí han dado el paso. "Me surgió una oportunidad a finales del año pasado. Saqué la calculadora para ver hasta qué punto me compensaba y pensé que esto era como adelantarse al futuro", explica Trini Avilés, que conduce un coche eléctrico desde hace un mes y medio.

Un vehículo de estas características de gama media ronda los 30.000 euros, pero Avilés lo compró en Barcelona beneficiándose de un importante descuento. "En casa conservamos un coche de gasolina, y nos peleamos para coger el eléctrico. Es silencioso, automático y te permite una conducción muy suave. Tengo claro que ya no volveré a tener uno de combustión", subraya.

El Estado da ayudas a la compra de estos vehículos sostenibles para suavizar el impacto de su precio, pero la última convocatoria, en diciembre, se agotaron en menos de 48 horas. Hay otros incentivos para animar a futuros compradores: electricidad gratuita en los puntos de recarga públicos, aparcamiento gratuito en la zona ORA en muchos municipios (incluyendo Palma.

El obstáculo del precio

Avilés ya ha hecho números. Y le salen: "El primer mes me ahorré noventa euros en gasolina". Es cierto que ahora consume más electricidad para cargar el coche, pero ha contratado una tarifa nocturna especial que le permite tener conectado su utilitario a un precio mínimo.

Los coches sostenibles más populares son el Renault Zoe, cuyo precio oscila entre 25.000 y 30.000 euros; y el Nissan Leaf, a partir de 31.000 euros. Existen fórmulas para abaratar el coste, como alquilar las baterías durante algunos años.

Las marcas se van adentrando en este mercado todavía con timidez. A la larga, más modelos se traducirán en coches más baratos y autónomos. A día de hoy un vehículo medio cuenta con una autonomía real de doscientos kilómetros -la distancia que puede recorrer sin recargar-.

Si Avilés está empezando a experimentar la conducción de un coche eléctrico, Tomeu Colom lleva haciéndolo desde 2013. "Entonces éramos muy pocos, todavía era algo futurista", explica. Este mallorquín es el director general de Urbia, empresa de mantenimiento e instalaciones que cuenta con una flota formada por una veintena de vehículos eléctricos.

"Tienes que cambiar el chip. Dejar el coche cargando toda la noche y programar los desplazamientos en función de los puntos de carga que haya. Antes eran todos para mí, pero se nota que ya hay muchos más coches en circulación y la mayoría están ocupados", argumenta Colom.

Este usuario solo ve ventajas a estos prototipos, pero desaconseja dar el paso si no se dispone de un punto de carga privado. "Si dependes exclusivamente de los puntos públicos, es inviable", advierte. "En cinco años solo he sufrido un apuro. Me compré un apartamento en Sa Coma y pedí a la promotora que me instalara un punto de carga en el párking. Cuando me entregaron las llaves subí a la vivienda y la carga no funcionó. Estaba a 70 kilómetros de Palma, así que tuve que ir a casa de un vecino a enchufarlo", rememora.

Colom enfatiza que estos utilitarios cambian incluso la manera de conducir. "Practicas una conducción más eficiente. Es como cuando vas con un coche convencional en reserva, te vuelves más eficiente. No aprietas y economizas cada kilovatio. También hay que saber que gasta menos en ciudad que por carretera porque cuando frenas envía una carga a la batería. Sinceramente, creo que no conducir uno de estos coches es un paso atrás", sentencia.