El mallorquín que empieza a estresarse a medida que se acerca el verano; el que se desespera al ir a una playa un domingo de temporada alta por no encontrar un mínimo resquicio donde colocar su toalla; el mallorquín que vive en un núcleo turístico y está cansado de las noches de fiestas hasta al amanecer, de los ruidos y de los excesos; el que se ve emparedado entre grupos de turistas en el centro de Palma los días de cruceros; el mallorquín que, algún verano, haciendo cola kilométrica para una paella en un chiringuito, ha clamado "¡Nunca más me cojo vacaciones en agosto!".

Ese ciudadano isleño, que por lo general no se opone frontalmente al turismo en sí sino al turismo masificado, no está solo con sus sentimientos.

En decenas de destinos internacionales de renombre experimentan los efectos de la 'cara B' del éxito turístico: la masificación, en forma de infraestructuras sobrecargadas, impacto medioambiental, monumentos colapsados de visitantes y una clase política y una población local que se pregunta "¿Cómo gestionamos esto?".

A esta pregunta se ha dedicado a responder el World Travel & Tourism Council (el Consejo Mudial del Viaje y del Turismo), un organismo internacional que agrupa a los principales actores del sector del viaje y el turismo (aerolíneas, hoteles, cruceros, alquiler de vehículos, agencias de viajes, operadores turísticos, sistemas de distribución global y empresas tecnológicas) y en el que están representados ejecutivos procedentes de más de 140 empresas líderes de este sector. La finalidad de este foro, abrir espacios de reflexión desde los que dialogar con gobierno y organismos internacionales.

Junto con la consultora estratégica McKinsey&Company este organismo ha presentado un amplio y detallado informe ('Gestionando el éxito') haciéndose eco de cómo los destinos internacionales hacen frente a la masificación y recogiendo ejemplos de todo el mundo. Así, los hay desde que fijan límites directamente a la llegada de visitantes a los que ajustan precios de la oferta al alza, pasando por los que incrementan el precio de las entradas a puntos de interés histórico para financiar su mantenimiento. El desafío está ahí, y no desaparecerá. La pujanza del turismo internacional no es un fenómeno pasajero.

Tendencia internacional

Lo constatan los datos de la Organización Mundial del Turismo (OMT), que reflejan que en 2016 hubo 1.235 millones de personas viajando por el mundo (46 millones más que el año anterior). Ese año fue el séptimo de crecimiento ininterrumpido después de la crisis mundial de 2009.

Y la previsión es que la tendencia siga al alza. Sólo dos datos, apuntados en el mencionado informe del World Travel & Tourism Council: uno, el crecimiento imparable de la clase media en muchos países (India y China, por ejemplo), lo que significará que más gente tendrá más dinero para conocer mundo; dos, la generación millenial, nacida entre principios de los ochenta y finales de los noventa, está entrando en una fase de asentamiento en el mercado laboral, obteniendo unos ingresos que consagrará a unos de sus hobbies favoritos, viajar. Descendiendo desde la escala global a la local, los datos demuestran también un crecimiento robusto. El año pasado llegaron a Balears 13,8 millones de visitantes internacionales, 3,6 millones más que hace una década. Y Mallorca cerró 2017 con 45,7 millones de pernoctaciones, confirmándose como la principal zona turística de España, según el Instituto Nacional de Estadística (INE).

En este contexto, los analistas internacionales sintetizan el momento en que se encuentra la industria. Tenemos, vienen a decir, una buena noticia y una no tan buena. La buena, el turismo crece, ayudando al empleo y a la economía. La no tan buena, los destinos, preocupación ciudadana mediante, deben hacer frente al desafío de qué hacer con esa presión creciente sobre sus territorios.

Cinco tácticas

¿Cómo? La investigación dada a conocer por el Consejo Mundial del Viaje y del Turismo en colaboración con la consultora McKinsey habla de cinco estrategias para gestionar mejor la masificación, a partir del estudio de varios ejemplos a nivel mundial.

Una de esas estrategias, drástica, pasa por establecer límites a la llegada de visitantes. Como hizo Ecuador con las Islas Galápagos, un vergel de fauna y flora que en 2006 había doblado su número de visitantes y población. El Gobierno fijó regulaciones al número de visitantes, de la misma manera que la Unesco recomendó hacer la propio a la ciudad croata de Dubrovnik, que es Patrimonio de la Humanidad.

Sólo en 2016 el casco antiguo amurallado de esta localidad, donde apenas viven unas mil personas, recibió un millón de visitantes. La Unesco recomendó que sólo se permitieran un máximo de 8.000 visitantes al mismo tiempo. De momento, lo que han hecho las autoridades locales es limitar la llegada de cruceros en los picos del verano.

En esa línea de buscar fórmulas para descongestionar el destino, hay lugares que están utilizando la tecnología para evitar aglomeraciones en tiempo real. Como Ámsterdam (Holanda), que ha creado una aplicación que envía notificaciones al turista avisando si hay largas colas en museos u otros puntos de interés. Venecia (Italia) planea asimismo instalar un sistema tecnológico que contabilice el nivel de tráfico en arterias clave y que permita compartir esta información inmediatamente a través de las redes sociales.

Otra estrategia que han utilizado con éxito determinados destinos consiste en crear nuevos polos de atracción turística que vayan más allá de los que conoce todo el mundo y que son los que sufren más la masificación.

'Experience the capital like a londoner' (experimenta la capital como un londinense), una iniciativa llevada a cabo por Londres para que los turistas no se concentren sólo en los museos y atracciones de siempre, se enmarcaría en esa línea. La campaña intenta favorecer que los visitantes conozcan otros rincones de la ciudad alejados del centro neurálgico, como si fueran unos vecinos más de la capital.

En Japón, para llevar a los visitantes a sitios menos congestionados, se han creado nuevos itinerarios de interés, alejados de los tradicionales. Sería el caso de la Ruta del Dragón ('Shoryudo'), fuera del eje más conocido de Kyoto-Osaka-Tokyo. La nueva ruta recorre enclaves históricos, paisajes panorámicos y fuentes termales. Otro caso parecido se encuentra en la isla surcoreana de Jeju, donde un antiguo periodista impulsó una red de itinerarios de senderismo inspirados en el Camino de Santiago aportando un nuevo valor turístico a una zona que hasta ese momento no lo tenía.

La controversia de los precios

La tercera estrategia -la más controvertida- tiene que ver con el ajuste de precios para equilibrar la oferta y la demanda. En este caso, el informe de la organización internacional que agrupa a actores del sector turístico señala que debe manejarse con prudencia, para no causar un daño a la imagen del destino y provocar una huida de turistas. Concluye asimismo el informe que debe explicarse muy bien al visitante qué se hace con el dinero recaudado a través de esas tasas complementarias, en las que Balears tiene ya experiencia con el impuesto turístico. El caso extremo lo representaría Bután, que pide a los visitantes que paguen 160 euros al día en temporada baja y 200 euros diarios en los picos de la temporada. Un camino complementario, apuntan los analistas, pasaría por vincular el mantenimiento de un monumento con una revisión de tarifas. Como ha hecho la Torre Eiffel de París. A final del año pasado se anunció una renovación de la estructura por 300 millones de euros que se financiará a través de una subida del 50% en el precio de las entradas.

Un caso parecido es el del Panteón de Roma, que, próximamente, introducirá por primera vez un precio de entrada para ayudar a financiar su conservación. Medidas parecidas se están planteando los parques nacionales de Estados Unidos para cubrir los costes de mantenimiento.

La oferta de alojamiento

Junto a las limitaciones a la llegada de visitante, el mejor reparto de los que vienen y el ajuste de precios para equilibrar la demanda, la cuarta táctica hace referencia a la regulación de la oferta de alojamiento. En esa línea se enmarcan las regulaciones de los alquileres a través de plataformas como Airbnb. El estudio menciona la regulación en marcha en Balears sobre el alquiler turístico, así como en Nueva York y en Nueva Orleans (Estados Unidos). El quinto pilar de la estrategia para gestionar mejor la masificación tiene que ver con medidas más drásticas en casos en que haya un patrimonio cultural o natural en peligro; medidas que pasan por limitar directamente el acceso. Por ejemplo, la cueva de Lascaux, en Francia, se cerró al público, por el daño que causaban los visitantes a las pinturas prehistóricas. Y, en Australia, el consejo del parque natural de Uluru-Kata Tjuta prohibió la escalada a un monte sagrado.