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La fiesta en paz

Palabras como disparos

La ciudadanía ideal no existe ni existirá, por esta razón es imprescindible que sus representantes eviten incitar a los bajos instintos

Palabras como disparos

Los conflictos no comienzan con bombas. Ni con balas. Ni siquiera con garrotes. En sus orígenes está la palabra. Con las palabras se alimenta el odio, se desprecia al diferente o se genera un fanatismo de consecuencias incontrolables. Con la palabra se marcan objetivos y se señala al enemigo. Incluso la Biblia sostiene que en el principio era el verbo. Y de él deriva todo. Los grandes logros de la humanidad y los mayores desastres.

Sorprende la ligereza con la que algunos diputados del Parlament disparan sus palabras. El presidente de la cámara autonómica, Balti Picornell, es alguien que en su vida anterior asumía lemas castristas. "¡Hasta siempre Comandante! ¡Socialismo o Muerte! ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!", escribió cuando falleció Fidel Castro. Se supone que es dialéctica comunista, pero algunas de sus frases podría firmarlas brazo en alto un partidario del fascismo. En cualquier caso son palabras que irradian destrucción y violencia.

Quizás eran unos días en los que todavía se sentía inspirado por Pablo Iglesias: "Pido disculpas por no romper la cara a los fachas con los que discuto en televisión". Es cierto, sin embargo, que desde que Picornell ha asumido la responsabilidad institucional que conlleva la presidencia del Parlament ha guardado su antigua dialéctica de patrias, muertes y victorias. Esperemos que para siempre.

Esta misma semana, ha sido un político curtido como Antonio Gómez, que ha sido alcalde y vicepresidente del Govern de José Ramón Bauzá, quien se ha dirigido a la consellera de Cultura, Fanny Tur, con esta frase: "En España no hay presos políticos ni se envía gente a la cárcel por sus ideas, sino usted no estaría hoy aquí, sino que estaría hoy en otro sitio". Es una forma poco sutil de insinuar que algunas ideas merecen prisión y que debemos agradecer -¿quizás a Mariano Rajoy?- el hecho de que puedan ser expresadas sin acabar en chirona... salvo que se sea independentista catalán.

Gómez debe ser un admirador y seguidor de Rafael Hernando, el portavoz del PP en el Congreso, capaz de llamar "pijo ácrata" al juez Santiago Pedraz por archivar una investigación penal contrariando los intereses del PP.

La intervención de Antonio Gómez en el Parlament es un ejemplo pronunciado esta misma semana de cómo las palabras pueden herir no solo al adversario, sino a la convivencia.

Sus expresiones nada aportan a la que debería ser su labor como diputado: mejorar la vida de los ciudadanos. Algunos políticos o estrategas de partido opinan que estas salidas de tono ayudan a tensar la situación y movilizan a los afiliados. Quienes así piensan, o no se dan cuenta de que juegan con fuego o no les importa en absoluto.

Joseph Roth (1894-1939), autor de novelas como La marcha Radetzky o La leyenda del santo bebedor, describió certeramente el riesgo de contagio de la necedad: "Los imbéciles hacen estupideces, los bestias cometen bestialidades y los locos tienen comportamientos demenciales: todo de manera suicida. Pero no está claro cuándo el entorno, igualmente enfermo y desconcertado, reconoce la estupidez, la bestialidad y la locura".

Si fuésemos un pueblo extremadamente culto, capaz de distinguir a los políticos estúpidos y obviar sus palabras vulgares, no nos importaría que algunos personajes públicos vomitaran memeces. Serían corregidos y echados a las sombras de la mediocridad de la que nunca debieron salir. Pero como esta ciudadanía ideal no existe ni existirá, es imprescindible que sus representantes eviten incitar a los bajos instintos.

Hoy debemos seguir escuchando a políticos como el socialista y pacifista francés Jean Jaurès (1859-1914): "Las grandes verdades no entran de manera súbita en las mentes de los hombres, es preciso insistir machaconamente en ellas una y otra vez, como se clava un clavo y otro, día tras día. Es una labor monótona desagradable, desagradecida, pero muy importante!. Jaurès fue asesinado tres días después del comienzo de la Primera Guerra Mundial. Antes de dispararle con la pistola le difamaron con la palabra. Su pecado: ser un hombre de paz.

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