"Los consumidores tienen derecho a saber. Y los veterinarios que nos dedicamos a la salud pública tenemos la obligación de dar a conocer los esfuerzos que hacemos para que los alimentos que comen sean seguros. El público no sabe que hay unos veterinarios que todos los días se levantan a las cuatro de la mañana, haga frío o haga calor, para estar a pie de matadero. Y se esfuerzan mucho en un entorno que no es precisamente el de una oficina". Son palabras de Federico Martín, coordinador de mataderos del departamento de seguridad alimentaria del Govern.

"Es imposible que la carne de un cerdo enfermo termine en el plato de un consumidor", subraya este profesional.

La industria del cerdo en Mallorca sobrevive en explotaciones pequeñas, tradicionales y sometidas a un exhaustivo control sanitario. Sobrevive, porque la inmensa mayoría de la carne que se consume en el archipiélago procede de la península.

El pasado domingo el programa 'Salvados' de La Sexta se adentró en una nave de El Pozo en Murcia y recogió imágenes de cerdos muertos, agonizantes y afectados por todo tipo de tumores y malformaciones. Veterinarios, ganaderos y responsables políticos preguntados por este diario aseguran de manera unánime que el sistema no ofrece ni una sola grieta por la que un animal enfermo pueda entrar en la cadena alimentaria de lo humanos.

"La gente puede estar tranquila", subraya Mateu Ginard, director general de Agricultura y Ganadería del Govern. "Nuestra realidad es muy diferente: explotaciones pequeñas y extensivas. Hay 938 en todo el archipiélago, tanto de cerdo blanco como negro. En los mataderos de Mallorca se sacrifican 26.0000 cerdos de engorde cada año. Es decir, en un año sacrificamos los mismos animales que algunos mataderos de la península en dos días", explica Ginard.

Son cifras muy modestas que obligan a importar el 98% de la carne de cerdo que se consume en las islas. "Creo que a estas alturas todo el mundo sabe que prácticamente toda la sobrasada que consume se elabora con carne procedente de la península", cuenta un productor mallorquín.

Dos consejerías se reparten las competencias sobre sanidad y bienestar animal: Agricultura y Ganadería desde que los cerdos nacen hasta que son transportados al matadero; Salud desde que entran en las instalaciones hasta después de muertos.

"Cuando entran en el matadero comprobamos su estado de salud como actuaría un médico en su consulta. Mira las partidas de los animales y les inspecciona para comprobar si coordinan los movimientos, presentan congestión ocular, cojeras, heridas... Si detectan algún síntoma de enfermedad, a ese animal se le aparta para ordenar su sacrificio y eliminarlo de la cadena alimentaria", relata Martín.

Hay 22 inspectores del Govern repartidos entre los ocho mataderos de las islas -casi todos públicos pero de gestión privada- para supervisar esta fase. Y otros doce veterinarios que controlan a los animales en las granjas.

"Los ganaderos de cerdo negro tenemos una ADS (Asociación de Defensa Sanitaria) y hacemos todo lo que nos dicen. Vacunan a los animales tres veces al año y les sacan sangre una vez al año. Están bien controlados. Al llegar al matadero les hacen una nueva inspección, y otra más cuando han sido sacrificados", explica Tomeu Torres, veterano ganadero conocido popularmente como Tomeu de Son Marrón.

Ha dedicado toda su vida a la crianza de cerdo negro, una especie autóctona que, dice, está ganando peso en el sector después de muchos años de dominio absoluto de porcino blanco. "El negro no ha tenido suficiente demanda durante mucho tiempo, así que tenía que venderse casi al precio de blanco. Pero ahora ya no sobra ninguno, al revés, han hecho falta, y es el primer año que eso sucede. Es el resultado de haber llegado al consumidor", cuenta este ganadero que, pese a estar jubilado, sigue manteniendo una piara de unos cincuenta cerdos en una finca de Sineu.

Sus animales engordan a base de harina de cebada "y lo que encuentran por el campo", pero nunca pienso. Su crianza sale cara y por eso su precio de su carne también lo es. "Puede que encuentre lechones tan buenos como estos -dice señalando a unas crías que remueven la tierra en busca de alimento- pero no mejores. Cuando mi piara falte, se la echará de menos", asegura.

"En realidad criar cerdo negro no sale rentable", opina Javier Irazusta, gerente de Can Company, explotación propiedad del presidente del PP balear, Biel Company. "Nada más nacer ya los controla un veterinario y viven engordando en la explotación entre doce y quince meses. No transforma el pienso en carne, como en el caso del cerdo blanco; se desarrolla mucho más lentamente y quema buena parte de lo que ingiere porque está siempre en movimiento", afirma.

Y pone un ejemplo: "Un cerdo blanco engorda un kilo por cada dos o tres kilos de pienso que come; uno negro necesitaría siete kilos de pienso para engordar uno".

Las explotaciones de la isla tratan de sobrevivir comercializando su producto en un mercado muy local. No es fácil mantenerse a flote en un sector invadido por toneladas de carne procedente de la Península. "Hacen daño a nuestro negocio. Fuera crían mucho cerdo de engorde y después importan aquí su carne. Los números no salen y las granjas son irremediablemente pequeñas", afirma Jaume Pocoví.

Son Falconer, la modesta explotación de cerdo blanco que tiene en Marratxí, ha adelgazado. De 140 hembras a las ochenta actuales. "Las grandes cadenas nos perjudican. Y en ocasiones esos animales que traen de fuera y que nos venden como lechón mallorquín [la típica 'porcella'] no lo son", denuncia Pocoví, al tiempo que saca la calculadora. "Para producir un kilo de carne necesito tres kilos de pienso. Pero a los productores de fuera les sale más barato mover un kilo de carne que tres kilos de pienso. Cuando voy al supermercado y veo que el precio del cerdo está por los suelos me deprimo. El consumidor compra demasiado barato", advierte.

Margalida Obrador, presidenta de la asociación de industrias de la carne, se expresa en el mismo sentido. "En general mengua tanto la agricultura como la ganadería. Todo lo que hay aquí son explotaciones pequeñas, y con tantas dificultades los ganaderos más mayores se cansan y dejan de producir. No hay relevo generacional. Es caro y además hay que asumir muchos controles sanitarios y todo tipo de normativas. Y lo hacemos, claro, pero los más veteranos se han cansado y apenas se ven jóvenes interesados en seguir", lamenta.

¿Los cerdos sufren al ser sacrificados? "No", responde Martín. "Aplicamos técnicas de aturdimiento para eliminar el dolor aprobadas por la Unión Europea", aclara.