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Opinión: Ecotasa, por Camilo José Cela Conde

Opinión: Ecotasa, por Camilo José Cela Conde

Ecotasa se llamó en su principio, cuando el Govern del primer Pacte de Progrés inventó el impuesto turístico encaminado, en teoría, a compensar los daños producidos por la llegada de tantísimos visitantes. Catástrofe, rebautizaron los empresarios hoteleros a la iniciativa, dando por supuesto que iba a suponer la ruina de su negocio. Quienes recuerden aquel rifirrafe podrán también rememorar que en realidad el problema derivaba no tanto del incremento minúsculo del precio del paquete vacacional como de que fuesen los establecimientos hoteleros quienes tuvieran que encargarse de cobrarlo. Convertirse en recaudadores del impuesto era la razón principal de su postura radical en contra. De hecho, aquel Govern intentó por todos los medios que la ecotasa se pagara al llegar, en el aeropuerto quienes venían al archipiélago en avión, que eran la gran mayoría. Ni que decir tiene que el Gobierno de Madrid, en manos del Partido Popular entonces, no movió ni un dedo para ayudar a la izquierda balear por mucho que lo más lógico era lo que el Govern intentaba hacer.

La ecotasa ni arruinó a los hoteleros ni salvó el medio ambiente balear. Todo lo que se dijo en su favor y en su contra procedía de los prejuicios, de las intuiciones y, en particular, del provecho —más político que económico— de cada cual. Nadie sabía en realidad cuál pudo ser el impacto del impuesto en el negocio turístico. ¿Lo sabemos ahora, cuando la tasa vuelve con otro nombre y dobla su importe? Los profesores Rosselló y Sansó, del departamento de Economía Aplicada de la Universitat de les Illes Balears han publicado el primer estudio que intenta dar una respuesta creíble sobre el impacto objetivo de la ecotasa en el número de turistas llegado a Balears. Ni que decir tiene que se trata de una idea excelente porque decidir las políticas impositivas, el negocio empresarial, las medidas de protección del ecosistema y, en última instancia, la intención del voto ciudadano en función de corazonadas y especulaciones ligadas a intereses partidistas es un pésimo procedimiento. Mucho mejor resulta disponer de algún dato fidedigno que permita tomar las decisiones con la cabeza y no con el hígado.

Pero, claro es, al margen de aplaudir la iniciativa, resulta imposible dar por buenos o por malos los cálculos hechos por Rosselló y Sansó sin conocer el algoritmo utilizado, como es mi caso. A bote pronto, los economistas autores del estudio advierten de que el procedimiento para obtener el número de visitantes que habría desestimado su viaje se basa sólo en el incremento de precio que provoca el impuesto turístico. Dicho de otro modo, se trata de un cálculo sobre la manera como el coste del producto influye en la demanda. Ni que decir tiene que son muchas otras las variables que intervienen en la toma de decisiones, y puede que las más importantes de ellas ni siquiera sean de índole monetaria. Pero aceptando esas limitaciones, los resultados que obtienen los autores del estudio apuntan a un impacto muy menor de aquella o de esta ecotasa en el número de turistas y, por ende, en el negocio generado.

Pero la mala noticia en este asunto deriva de la nula importancia que se da hoy día en las esferas políticas y empresariales a los datos. ¿Habrá que recordar las barbaridades que se han dicho y hecho en el asunto del proceso soberanista catalán para que nos convenzamos de que nos movemos por pasiones y no por realidades económicas?

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