Salvo lapso imperdonable de memoria, este diario adelantó en exclusiva la investigación llevada a cabo en El Vaticano por los vínculos entre el obispo Javier Salinas y su secretaria particular y alto cargo del PP. Las denuncias ante el Nuncio y el Papa, también desmenuzadas a lo largo de 2016, fueron efectuadas por el marido de la política y feligrés. La víctima describía a su esposa "abducida" por el clérigo, huésped frecuente en la mansión del matrimonio, y una relación "impropia". El titular de la diócesis era destituido nueve meses exactos después de la primera publicación en estas páginas el día de la Inmaculada, en un simbolismo buscado por las autoridades eclesiásticas.

La publicación sacó a la luz un escándalo que se pretendía que pasara desapercibido, hasta propiciar una discreta remoción de la sede episcopal que no pudiera identificarse con una expulsión. Ahora IB3 ha programado una parodia de lo sucedido, una apropiación intelectual del trabajo ajeno con fondos públicos. Con todo el respeto que no han mostrado los pergeñadores de esta ópera bufa, el falso "Inspirada en hechos reales", debería sustituirse por "Inspirada en la distorsión de hechos reales". Adjuntar que "cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia" remacha la esquizofrenia narrativa.

Si faltaba coraje para relatar lo sucedido, siempre existía la digna opción de callarse. Buscar el amparo de la fabulación es un recurso facilón. El producto televisivo resultante no es una ficción, es una farsa que falsifica la realidad con un objetivo notorio. Se trata de eliminar los hechos descritos en este diario para favorecer una interpretación urbanística interesada, y transformar los líos de alcoba en frufrú de casullas.

El escándalo de Salinas y su secretaria particular no responde a una trama inmobiliaria,trama inmobiliaria ni a la traición de un adjunto del obispo ni a unos alienígenas de color verde aterrizados en la Catedral desde su lejano planeta. Es una relación pasional, prolongada en el tiempo, con múltiples repercusiones legales, sociales y religiosas.

Nadie es propietario de los acontecimientos, por lo que cualquiera tiene derecho a insultarlos desde la ignorancia creativa. Por suerte, todavía subsiste el furtivo recurso a desenmascarar la patraña, antes de que los progresistas también consigan abolir el derecho de réplica.