Winston Churchill empezó su particular guerra mundial contra Adolf Hitler años antes del estallido de las hostilidades en 1939. En la película El instante más oscuroEl instante más oscuro, que ha otorgado a Gary Oldman la consideración global de mejor intérprete del premier británico para la historia, se advierte la soledad en que se encontraba el recién nombrado primer ministro en 1940. La tentación de pactar con los nazis dominaba en Westminster y en Buckingham Palace. Por fortuna, el líder de los aliados en Europa se había preparado concienzudamente para plantar cara al Führer durante cinco años. Y aquí entra en juego el papel decisivo jugado por Mallorca, en la preparación de la guerra secreta contra Hitler.

En 1935, Hitler llevaba dos años en el poder. El biógrafo Martin Gilbert ha descrito a Churchill en aquellos tiempos como una voz solitaria contra el nazismo. En Londres se confiaba todavía en apaciguar al tirano volcánico. La soledad del político conservador le impulsó a escapar de la hostilidad contra su aversión frontal al nazismo, para disfrutar de unas vacaciones junto al Mediterráneo. Su esposa Clementine, interpretada por Kristin Scott Thomas en El instante más oscuro, adquirió billetes para Bali, donde el año anterior había pasado unas vacaciones sin su esposo.

Pese a ello, y por si Mallorca necesitara una inyección de chovinismo, Churchill prefirió Formentor a Indonesia. El matrimonio abandonó Londres el 9 de diciembre de 1935, y llegó a Palma en un barco procedente de Barcelona. El político no solo buscaba el aislamiento de la asfixiante atmósfera londinense. El gigante del siglo XX era castigado por episodios periódicos de depresión, a la que llamaba el "perro negro". Para vencer a este "black dog", el futuro primer ministro recomendaba un cóctel de sol y vino, de ahí sus frecuentes incursiones en el Mediterráneo.

La estancia de los Churchill en Mallorca se prolongó durante únicamente una semana. No es demasiado tiempo, aunque debería ser suficiente para una isla que ha convertido el breve invierno en Mallorca de Chopin en un ingrediente esencial de la identidad insular. El matrimonio pensaba prolongar su estancia, pero se entrometieron unas jornadas lluviosas. Al igual que George Sand antes que ellos, y que miles de compradores extranjeros más adelante, la pareja cometió el error de creer que no existía algo llamado invierno mallorquín.

Churchill desembarcó en Palma despechado por no haber entrado en la reforma del gobierno de su majestad, en la que esperaba recuperar su añorado Almirantazgo. Su pasión por la guerra naval figura con profusión en El instante más oscuro, y se refleja en la también premiada Dunkerque. Durante su estancia mallorquina, descubrió el hotel Formentor que hoy le dedica la suite 222 donde se alojó, junto a otras habitaciones nombradas en honor de visitantes ilustres como Charles Chaplin o Grace de Mónaco. Entre las actividades ociosas, el viajero se dedicó a realizar acuarelas que le colocaban unos escalones por encima de los pintores dominicales. Tal vez no sea casualidad que tanto Hitler como su antagonista británico fueran pintores de cierto relieve, aunque rechazado el segundo por las instancias académicas.

Un personaje clave

Sobre todo, Churchill descubriría en la isla a un personaje capital para sus planes clandestinos de derrotar al nazismo. El elegido era su compatriota Alan Hillgarth, a la sazón cónsul británico en Mallorca. Por emplear la expresión rigurosa constatada por el biógrafo del futuro primer ministro, "Hillgarth era simplemente el tipo de aventurero sin adscripción por el que Churchill se sentía atraído magnéticamente". Es decir, el representante de Londres en Palma era un personaje de Ian Fleming, al que estuvo ligado. Un antecedente de James Bond que había sido herido en la Primera Guerra Mundial, se había dedicado al contrabando de armas para los insurgentes rifeños que derrotaron a Madrid en Marruecos, se había arruinado en una mina de oro boliviana y había escrito una novela que llamó la atención de Graham Greene.

Nada más conocerlo, Churchill decidió que Hillgarth era su hombre para evitar que Hitler controlara el flanco meridional de Europa, con la atención fijada especialmente en las Balears y en Gibraltar. El intermediario en estos planes es la figura mallorquina más descollante del siglo XX, el financiero Juan March Ordinas. En la voluminosa documentación sobre el primer ministro británico no consta que fuera introducido al banquero en la isla, pero ambos tendrían tiempo para utilizarse mutuamente a través del polifacético Hillgarth, que informó a buen seguro a su compatriota de la audacia sin demasiados escrúpulos del hombre de negocios mallorquín.

Una semana en la vida de Churchill da para mucho. Aparte de la pintura, el estadista tuvo tiempo para trabajar en la obra que acabaría ganándole el Nobel de literatura. En Mallorca acometió con su fenomenal disciplina una parte del tercer volumen de su autobiografía, que dedicó a Lord Marlborough. Sus asesores le insistían en que permaneciera en la isla, "porque así te encontrarás en una posición de fuerza, dado que no habrás apoyado al Gobierno en la cesión de Abisinia a Mussolini, ni te habrás comprometido exteriorizando tu hostilidad, ni siquiera habrás tomado la opción semihostil de la abstención". Este consejo abstencionista no sorprenderá a quienes recuerden la escena inicial de El instante más oscuro.

Desesperados por la lluvia y el frío, Winston y Clementine Churchill emprendieron viaje hacia Barcelona en aquel diciembre de 1935. La esposa se dirigió a Londres y su marido puso rumbo a Marrakech, donde pasó las Navidades. En la ciudad marroquí se alojó en el también legendario La Mamounia, varias veces reformado y con más de un punto de contacto con el Formentor. El establecimiento norteafricano ha explotado la estancia del político británico con más pasión que Mallorca. Por fin llegaba el sol, y el ilustre huésped se felicitaba de uno de los mejores hoteles que había conocido en su vida. Aparentemente ajeno al lujo, Churchill lo apreciaba en forma de habitaciones ostentosas o de Rolls Royce.

El papel de Juan March

Cuando Churchill regresó finalmente a Londres, se encontró con un nuevo rey por el fallecimiento de Jorge V. Unos meses después de su estancia en Mallorca, aprovechó el Alzamiento para criticar con más énfasis a los comunistas que a los franquistas, sin otorgar la razón plena a ninguno de los bandos. Al año siguiente de finalizada la Guerra Civil española , el político británico llegaba a Downing Street ante la disyuntiva sobre el sometimiento o el enfrentamiento al nazismo.

En este momento, Churchill recurrió a Hillgarth, que había accedido a mayores responsabilidades en Madrid. Era nominalmente el adjunto naval de la embajada británica, pero sus funciones reales consistían en dirigir el espionaje de su país en la capital, misiones de sabotaje incluidas. Se inicia así un capítulo adelantado en diferentes ocasiones por este diario, la compra de las voluntades de los generales de Franco, a cambio de que disuadieran al dictador español de entrar en la Segunda Guerra Mundial del lado de Hitler. El gigantesco soborno inicial de 160 millones de pesetas de la época, porque el sueldo mensual del generalato ascendía a cinco mil pesetas, se depósito en la sede neoyorquina de la Swiss Bank Corporation. El administrador y repartidor de las cantidades entre los militares fue Juan March, que por supuesto descontó las obligadas comisiones.

El cacareado patriotismo de los generales franquistas se disolvió en su aceptación sin rechistar del dinero británico canalizado por March. Aunque Franco no tenía ninguna intención de entrar en la guerra, y Hitler consideraba a su colega español un loco peligroso, las sumas disolvieron las veleidades residuales. El plan de Hillgarth se desarrolló sin contratiempos, si se descuenta el súbito interés de las autoridades estadounidenses por investigar al financiero mallorquín que efectuaba extraños movimientos de dinero delante de sus narices. Es aquí donde Churchill se ve obligado a intervenir para salvaguardar su guerra secreta. Moviliza al embajador británico en Washington, y redacta en plena guerra una carta que definía al banquero como un hombre muy peligroso, pero imprescindible para preservar los intereses de Inglaterra en el conflicto.

Churchill nunca se llamó a engaño sobre Hillgarth y March, las dos figuras cuya existencia y cualidades descubrió en Mallorca durante el invierno de 1935. De hecho, tuvo que vencer la prevención de los jefes del espionaje británico para incorporarlos a su estrategia clandestina. Al fin y al cabo, el primer ministro británico era un posibilista, autor de la definitiva frase según la cual "se necesita a un Stalin para acabar con un Hitler". En todo caso, el embrión de la aventura en los años treinta es mucho menos conocido que su desarrollo en los cuarenta, y refuerza el potencial novelesco de la efigie de Juan March. No puede sorprender que su mito siga vigente, por última vez en la novela más reciente de Arturo Pérez Reverte. En Eva, el académico rebautiza al banquero como Tomás Ferriol, dispuesto a quedarse con el oro que la República pasaportó a Moscú. El escritor lo dibuja como un hombre de "labios, advirtió Falcó, finos y pálidos. Si fuera mujer, pensó, no me gustaría ser besado por una boca como ésa". La celebridad es un arma de doble filo.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, el incombustible Churchill mantuvo su vínculo con Alan Hillgarth. El trato había sido provechoso para neutralizar a los generales franquistas, y ahora utilizaba a su agente especial para conocer los movimientos de espías soviéticos en los albores de la Guerra Fría. Tampoco es improbable que el primer ministro descabalgado tras la contienda renovara su contacto con Mallorca. En las reediciones de la visita inaugural de 1935, el vehículo iba a ser el lujoso yate Cristina de Aristóteles Onassis, que viajaba acompañado de Maria Callas. Las estancias mallorquinas de los Onassis están abundantemente documentadas, con la inauguración del hotel Son Vida como una de las fiestas más deslumbrantes del siglo pasado. También Jacqueline Kennedy acompañó al armador en Mallorca, antes de la muerte del presidente estadounidense. Las imágenes de los primitivos paparazzi muestran a Churchill contemplando al Mediterráneo con su célebre mueca. Alejando al perro negro, hasta el final.