Montoro no solo abofeteó a Armengol con el recorte inicial de 67 millones sino que, cuando la presidenta de Balears puso la otra mejilla, le asestó el mandoble de las inversiones estatutarias y de carreteras también paralizadas. Su interlocutora se olvidó de exigir al ministro la dimisión que le reclamaba en Palma, y ahora se considera "moderadamente satisfecha" del maltrato recibido. No ha extraído lecciones contra el acoso fiscal de la ceremonia de los Globos de Oro.
Los presidentes autonómicos están muertos de miedo. Madrid ha diseñado un 155 a la medida de cada comunidad, y Armengol traga saliva al repasar la suerte corrida por Junqueras tras desafiar al Gobierno. Tal vez es injusto reprochar falta de coraje a la presidenta, por no dar el portazo prometido. De haberse atrevido a pedir la cabeza de Montoro, el titular de Hacienda le hubiera recordado que es ministro por culpa del PSOE.
Aun admitiendo que Armengol podría haber replicado que los diputados socialistas baleares no votaron la investidura de Rajoy, el ministro le habría replicado que eso solo demuestra que Pedro Sánchez tiene hoy más confianza en el PP que en el PSOE mallorquín. Y así sucesivamente.
En un país democrático, el Gobierno incapaz de imponer sus presupuestos abandona el poder. En España, consolida sus posiciones y los ministros siguen cobrando por una tarea que se declaran incapaces de cumplir. De hecho, lo extraño es que la sumisa Armengol no le ofreciera a Montoro la dimisión del Govern en pleno. A su regreso a Mallorca, la presidenta debió dirigirse a Son Espases, para explicar a los enfermos de gripe allí hacinados que los impuestos que pagan no servirán para atenderlos. Qué se habrán creído.
