"¿Pero tú te piensas que soy una mujer o qué?", pregunta asombrado un hombre al camarero que le está sirviendo un café. El rostro del cliente se tensa, como el de todos los que se asoman a la cafetería improvisada por el Govern en la calle. Los clientes son en realidad actores involuntarios de una campaña con cámara oculta que pretende concienciar sobre la transexualidad.

El actor detrás de la barra, transexual, asigna a cada uno de los supuestos clientes un género distinto al suyo. "Un cortado para el caballero", espeta a una chica. Todos los ciudadanos incluidos en el experimento oscilan entre la perplejidad y el enfado.

Algunos exigen hablar con el encargado de la cafetería, que les brinda una respuesta insospechada. "Que nos confundan el género nos pasa a nosotros cada día", les explica, al tiempo que desvela a sus interlocutores que han sido objeto de una campaña con cámara oculta.

"Lo que habéis vivido durante un par de minutos, lo vivimos las personas transexuales toda la vida", relata el falso camarero a tres mujeres. Pasmo al principio, empatía después.

"La identidad no se impone; se crea, se siente, se disfruta... Pero, sobre todo, se respeta. Ponte en la piel de los otros y hazlo", reclama el Govern.

La campaña busca ayudar y dar visibilidad a un colectivo que avanza hacia la igualdad mucho más lentamente que gays, lesbianas o bisexuales. Cambiar de sexo sigue estando rodeado de prejuicios, además de ser traumático y costoso para el afectado.