El juez José Castro pretendía que la jornada de ayer fuera como cualquier jornada normal de trabajo, pero no lo consiguió. Era el último día que vestía la toga de juez, porque hoy cumple 72 años y, por obligación legal, inicia su nueva etapa de jubilado. Y aunque es difícil sorprender a un juez con tanta experiencia, ayer si se logró. Mientras Castro estaba sentado en el estrado, después de dictar sus últimas tres sentencias condenatorias por delitos leves, y mientras esperaba iniciar un cuarto juicio, de pronto recibió el homenaje que no esperaba y mucho menos que hubiera imaginado.

De repente, los que han sido sus compañeros durante las últimas tres décadas, no solo sus funcionarios, entraron en grupo a la sala de vistas, al tiempo que dedicaban un merecido aplauso al juez que ahora se jubila. Fiscales, jueces, funcionarios, personal del juzgado, todos quisieron rendir un homenaje a un juez que ha protagonizado una página de la historia judicial de esta isla y, aunque se le recordara como la persona que sentó en el banquillo de los acusados a la infanta Cristina, ha dejado una profunda huella gracias a su dedicación, preparación y esfuerzo.

Castro sabe controlar como pocos la situación, pero ayer le costó aguantar las lágrimas de emoción. Y como toda persona agradecida a la que le dedican un homenaje que no se espera, solo pudo agradecer las muestras de cariño que le dedicaron las personas con las que ha estado conviviendo durante años y que a partir de hoy dejarán de verle rondando por el juzgado de Palma.

Antes de este homenaje, Castro pidió que no se le recordara como el juez "que imputó a una persona determinada", refiriéndose a la Infanta aunque sin citar su nombre, pero ello será una difícil misión. El propio magistrado confesó que no "se ha sentido nunca un juez estrella", pero no deja de que, por los casos en los que ha intervenido y por las decisiones que ha tomado, no "haya sido objeto de un gran interés mediático" en todo el país. Castro reconoció que no sabe muy bien "a qué me dedicaré a partir de ahora". Debe pasar el lógico duelo por lo que representa iniciar una nueva etapa de su vida, como es la jubilación, sobre todo de una persona que ha dedicado tanto tiempo a su profesión. Pero lo que tiene muy claro es que no se va a dedicar a la política (ofertas no le han faltado), ni tampoco va a escribir un libro, porque otra persona ya lo ha escrito. Y aunque es una persona que casi siempre suele conseguir sus metas, ayer reconoció que llevaba mucho tiempo preparándose ante la especial jornada de ayer, aunque confesó que no lo había conseguido. Su emoción contenida, al tiempo que su agradecimiento público, demostraba que, en efecto, le cuesta abandonar su profesión, entre otras cosas, porque se siente con capacidad y fuerzas para seguir impartiendo justicia, si bien la edad no perdona y la ley le obliga a jubilarse.

La jornada de ayer pasará a la historia por ser el día que el juez Castro colgó la toga ante el cariño de todos sus compañeros.