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La fiesta en paz

La defensa embarra la cancha

No sabemos cómo acabará, si un día llega a su fin, el caso Cursach. En estos momentos se está en la fase en la que se intenta apartar el foco de los hechos esenciales

La defensa quiere apartar al juez Penalva. pere joan oliver

La defensa de un acusado intenta probar la inocencia de su cliente. La estrategia más común pasa por probar que está libre de sospecha. Una segunda opción, cuando las pruebas son contundentes, consiste en reconocer los hechos pero excusando la conducta del acusado.

Cuando el proceso se complica, existe una opción extrema. Se llama embarrar la cancha, o el terreno de juego. Se trata de generar una gran confusión, de modo que los hechos esenciales queden tapados o anulados por los circunstanciales. Esta es la fase en que se halla en estos momentos el caso Cursach. Una parte de la defensa ha decidido, se supone que de conformidad con sus clientes, embarrar la cancha para lograr la anulación o postergación del proceso.

Estamos acostumbrados a estas tácticas en las causas con políticos. Los socialistas intentaron apartar al juez Baltasar Garzón cuando, después de ocupar un alto cargo en la administración de Felipe González, volvió a su juzgado de instrucción para acabar el caso GAL, el terrorismo de Estado contra el terror etarra. No les salió bien del todo. El ministro del Interior José Barrionuevo acabó en prisión. Hay quien sostiene que al menos evitaron que el caso llegara hasta el señor X, donde muchos situaban al líder socialista.

El PP también embarra la cancha de juego judicial cuando las investigaciones judiciales salpican a sus dirigentes. Federico Trillo, el estratega jurídico del partido, dirigió también los detritos contra Baltasar Garzón. Con notable éxito, porque el juez estrella fue inhabilitado mucho antes de que ninguno de los implicados en la trama Gürtel se sentara en el banquillo. El barro sigue aflorando en el procedimiento con la destrucción de discos duros que eran pruebas esenciales del proceso o con las triquiñuelas jurídicas, apoyadas por el fiscal, para evitar que el partido sea acusado de obstrucción a la Justicia.

Está muy bien que el abogado defensor evite cualquier movimiento que perjudique a su cliente. Su deber es desmontar las pruebas que aportan los investigadores. Sin embargo, lo que ha ocurrido esta semana en el caso Cursach traspasa lo visto hasta ahora en Balears.

Un abogado, Vicente Campaner, convoca una manifestación a la misma hora y en el mismo lugar en el que se va a tomar declaración a su cliente. Una concentración a la que asisten mayoritariamente los empleados del acusado. Reclaman el encarcelamiento del juez instructor y del fiscal del caso. Un letrado que, en lugar de esgrimir argumentos y contrarrestar pruebas o testimonios en sede judicial, toma el megáfono para dirigirse a los manifestantes y acepta ser levantado en volandas mientras saluda cual estrella de rock.

Es posible que en el otro bando, el de los instructores de la causa, se hayan cometido errores y que haya testimonios dudosos. Sin embargo, la Justicia, como han recordado asociaciones de jueces y fiscales, tiene sus mecanismos de rectificación.

El juez puede quedar apartado porque él mismo o quienes tienen la potestad de decidirlo consideren que está contaminado. Sin embargo, la alocada estrategia de defensa solo ha logrado hasta ahora que el Tribunal Superior de Justicia cuestione la calidad técnica y los conocimientos legales de la defensa: "La solicitud de medidas [la prisión para el juez Manuel Penalva, el fiscal Miguel Ángel Subirán y el "grupo de blanqueo" de la Policía Nacional] constituye una auténtica invitación o inducción a que incurramos en un comportamiento que envolvería arrogación de atribuciones judiciales que no nos corresponden".

¡Qué tiempos aquellos no tan lejanos en los que los abogados respetaban al juez aunque no compartiesen sus decisiones! ¡Qué señorío el de los letrados que buscaban el mejor resultado posible para sus clientes sin escándalo! Resulta difícil saber cómo acabará el caso para Bartolomé Cursach y Bartolomé Sbert, sin embargo, la estrategia es la de un jugador de alto riesgo, como siempre ha sido el empresario de la noche. A punto de quedarse sin blanca apuesta sus últimas monedas a todo o nada. Lo de últimas monedas es una metáfora. Porque si algo sobra en este asunto es dinero.

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