Para que se haga cargo del tipo de entrevista: “¿Cuál es su sentencia del ‘caso Nóos’?”

Si yo fuera jurado, la Infanta es culpable, igual que Urdangarin, Diego Torres y su esposa. Sería más dura que la sentencia.

¿El juez Castro es un testigo fiable?

No es un testigo, es la persona que mejor conoce una instrucción en que interrogó a 329 testigos. Ni acusa ni juzga, forja la prueba con decisiones racionales y razonadas.

¿Le gustaría haber conocido la versión de la Infanta?

La conocí cen los lavabos durante el juicio. Me dijo que “es muy duro esto, pero hay que aguantar, aguantar, aguantar”. Le deseé suerte y me replicó que “suerte no, justicia”.

¿Cómo derrota Castro a La Zarzuela, a La Moncloa y a la prensa de Madrid?

Castro no entabló ninguna guerra, ni siquiera con Pedro Horrach. Se recubrió de amianto para insensibilizarse contra la prensa, y eso lo hizo muy bien. No pretendía ganar a nadie y no ha tenido miedo porque la verdad no lo tiene. La Infanta era para él un justiciable más, como un quinqui.

¿Al Rey campechano le gustaría Castro?

Le habría gustado de no haber sabido que era el juez Castro. “A ver Pepe”, le hubiera preguntado, “¿cerveza o vino?” Los dos son campechanos, de un talante abierto y sin protocolos.

¿Quién es el malo de la película Castro-Horrach?

El malo del drama es el que dejó su profesionalidad a un lado. Quiero pensar que Horrach declinó su función institucional obligado por la disciplina. El malo es quien le dio a Horrach la orden de que la Infanta no fuera acusada y luego lo dejó caer. Horrach no fue el villano, sino la víctima.

¿Horrach grababa sus conversaciones con Castro?

Por lo menos una. Me lo dijo Horrach y también está grabado. Me parece una felonía, le pregunté al respecto y me contestó que “yo en aquel momento grababa a todo el mundo, porque no me podía fiar de nadie”.

Usted luchó por conseguir esa grabación.

Horrach dijo que me la daría. Lo perseguí durante meses, tengo un montón de mensajes y correos con él y con su esposa. Nos vimos tres veces más y al final me confesó que “no me puedo permitir el lujo de darte la grabación”. Entendí que al hablar en nombre de todas las defensas con un “nosotros no recurriremos”, tenía miedo de haber participado en una invitación a la prevaricación.

Imaginemos un pugilato entre sus biografiados Baltasar Garzón y José Castro.

Se llevarían muy bien. Se entenderían, ninguno de los dos tuvo en cuenta la categoría, la clase social o el temor que les podía inspirar el justiciable.

Castro va de populista, pero escribe de académico.

Escribe con la prosa florida, calderoniana y barroca del ius fori. Le da muchas vueltas a la ensaimada, me contaba que a menudo estaba en la cama y bajaba al ordenador para cambiar una palabra un poco vehemente.

¿Por qué puso el entonces Rey en juego la monarquía para salvar a una vulgar Infanta?

Porque en esa Familia Real, a excepción de Felipe VI, hay una confianza muy peligrosa en la impunidad y en la inmunidad. Ayudados por los turiferarios y cortesanos que doblegan la cerviz para rendirles pleitesía, piensan que son la bomba, cargados de radiactividad. Todos los empleos de Urdangarin se los buscó su suegro.

Urdangarin no es un prodigio de inteligencia.

Es mucho más inteligente la Infanta que su marido, sin comparación posible. En su interrogatorio con Castro no se azaró, no perdió pie. Se bandeó tranquila ante las 1.060 preguntas del instructor, más las que coló de estraperlo Horrach, empezando por la famosa “¿Sabe usted por qué está aquí?” “No”. “Pues yo tampoco”.

Lo peor del caso es el machismo de la “esposa tonta”.

Sí, pero les ha ido muy bien. La Infanta siguió el ejemplo de su padre Juanito, el pupilo de Franco que estuvo 25 años pasando por tonto. Santiago Carrillo decía que hay que ser muy listo para hacerle eso a Franco.

El ‘caso Infanta’ no fue la intervención más gloriosa de Miquel Roca.

Se compró una toga maravillosa que me haría un traje de noche con ella, y solo la usaba para dirigirse a la prensa, porque en la sala no habló. Era el fenicio del procedimiento.

Rajoy ya anunció que a la Infanta “le irá bien”.

Es una declaración que da repelús, quién se lo había dicho. ¿Habría hablado con Samantha?, pero por entonces ni habían nombrado a la presidenta del tribunal.

¿Castro es el coautor de su libro?

No, es una fuente. No sé escribir con media mano. Siempre le llamé de usted, “no serás Pepe hasta que el libro no esté en la calle”. Le avisé de que sería impertinente como periodista, pero se estableció una cordialidad y un feeling que funcionó. A veces me cortaba, “esto no te lo puedo decir, salvo que lo encuentres por otra parte”. Y yo lo encontraba, como el Manual para salvar a la Infanta.