" Pre-si-dent, pre-si-dent!" La militancia de Més per Mallorca estallaba en la euforia al aparecer Biel Barceló en Can Alcover, durante el recuento de votos del 24 de mayo de 2015. Con los mejores resultados de la historia para su partido (59.069 votos, 6 diputados), las bases ya le entronizaban en el Consolat. Esa misma madrugada electoral Barceló renunció a presidir el Govern.

Sin compartir con nadie su decisión, se marchó al concierto de AC/DC y los días siguientes se dejó llevar de la mano de David Abril, jugando a poner nervioso al PSIB-PSOE. Junto a Laura Camargo y Alberto Jarabo -el ahora quebrado tándem de Podemos disfrutaba de su flamante luna de miel-, Barceló se dejaba querer. Un selfie en un bar hundió a Francina Armengol en la desazón. Al poco tiempo, en un tête à tête la socialista comprobaría la inapetencia de Barceló para disputarle el cargo y telefoneó aliviada a Pedro Sánchez.

Barceló huyó en ese momento de la presidencia de Balears; dos años y medio más tarde, también abdica de la vicepresidencia. Negada una y otra vez por él, la inevitable dimisión el jueves de la directora general de Turismo, Pilar Carbonell, por su compadreo con la mano derecha del empresario Tolo Cursach, ha arrastrado al número dos del Govern. Quien se va es Carbonell, pero su jefe es el que queda totalmente anulado y acorralado por Podemos y el PP. "Biel está muy tocado, no sé si le había visto nunca así", lamenta un afín el estado de ánimo del hombre que en las últimas elecciones autonómicas catapultó al soberanismo mallorquín a su estrellato.

Forzado a aceptar el puesto de vicepresidente de Balears -para no desanimar aún más a los suyos-, desde que tomó posesión Barceló reniega permanentemente de su triunfo, es en la escapada donde más cómodo se encuentra.

La gestión de Turismo se le atraganta: ha reinstaurado la ecotasa sin indignar a los hoteleros, y son los ecologistas los que le montan manifestaciones; incluso con la ley aprobada (después de meses de retraso), ignora cómo se aplicará efectivamente la regulación del alquiler turístico; funcionarios salpicados por la corrupción de la compraventa del hotel Rocamar han seguido comandando su departamento; la inspección turística continúa siendo un desmadre.

Pero ha sido al explotarle en las manos el caso Contratos -adjudicación a dedo de 150.000 euros públicos a su amigo y gurú electoral Jaume Garau- cuando Barceló ha quedado más en entredicho, también dentro de su partido. "No ha sabido reaccionar, no toma decisiones", describe al titular de Turismo un cargo de Més en el segundo escalafón. Con un poco de esfuerzo y buenos puntales podría haber evitado las calamidades que se han abatido sobre él. Un alto cargo debe hallarse en estado de alerta continua; nadie atribuye este vicio a Biel Barceló. Confiado es el calificativo que le define, y delegar es su modus operandi. Tanto que sus dimitidos directores generales -Carbonell, Pere Muñoz- han sido más consellers que él. Hasta una figura de relleno en el Ejecutivo como Vicenç Vidal, que llegó a titular de Medio Ambiente tras rechazar el cargo cinco candidatos, ha demostrado más dedicación y astucia que su líder. Al sobreponerse a su fatalidad, hoy ni siquiera Biel Company le sitúa en la cuerda floja.

"Biel te genera empatía, hasta los del PP te hablan bien de él; pero no hace de vicepresidente, y eso un Govern no se lo puede permitir", sentencia un miembro de Més, no sin pesadumbre. Barceló rehúye el protagonismo, pero su falta de ego político tiene desnortado a todo el proyecto nacionalista. "No le entiendo, no pensaba que fuera así", señala un colaborador cercano.

"Está mal asesorado", "tiene un equipo flojo", o "no escucha", comentan con desolación en sus filas. Entre quienes nunca podrán dejar de decir que es honrado y una buena persona, la actitud de Biel Barceló provoca pasmo. En Més todo el mundo le aprecia, pero tras su gestión de esta última crisis predomina la decepción. Cuando el pasado 10 de octubre anunció por sorpresa en el Parlament la dimisión de Muñoz, sus compañeros de bancada conocieron sus planes con solo cinco minutos de antelación. "No es normal", se quejaban. El estupor se agigantó al saber después por los pasillos que el cesado se iría en diferido, un mes después, porque Barceló no encontraba sustituto.

Con su encaje en Més, Biel Barceló resolvió la difícil papeleta en la que se encontraba el PSM, en una precisa operación de cirugía política por la que pasará a la historia. Su perpetua inacción no solo lastra ahora la imagen de todo el gabinete Armengol, también provoca honda preocupación en el Pacto. Ni el Govern puede estar sin vicepresidente, ni Més permitirse un castigo electoral en 2019 por falta de liderazgo y discurso.